9636
G. Shakespeare
EL RET LEAR
Drama en cinco actos y nueve cuadros
Ivl^VDriLlD
Sociedad de Autores Españolea
1913
EL REY LEAR
Esta obra es propiedad y nadie podrá, sin per- miso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se naya cele- brado, o se celebren en adelante, tratados in-1 ternacionales de propiedad literaria.
Reservado el derecho de traducción.
Los comisionados y representantes de la Socie- dad, de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.
Queda hecho el depósito que marca la ley.
EL REY LEAR
DRAMA EN CINCO ACTOS Y NUEVE CUADROS
REFUNDICIÓN DE LA OBRA DE
W1LLIAM6 SHAKESPEARE
POR
JUAN B. ENSENAT
BARCELONA ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DE FÉLIX COSTA
45 - Conde del Asalto - 45 1813
iPERsoiisr.A.ü'iES
EL REY LEAR. (Pronuncíese Lear con la a casi muda).
EL REY DE FRANCIA.
EL DUQUE DE CORNUALLES.
EL DUQUE DE ALBANIA.
EL CONDE DE KENT.
EL CONDE DE GLÓSTER.
EDMUNDO, hijo bastardo de Glóster.
EDGARDO, hijo legitimo de Glóster.
EL DOCTOR.
EL BUFÓN.
OSVALDO, escudero de Gonerila.
ANGO, servidor de Glóster.
UN JEFE, al servicio de Edmundo.
UN CABALLERO, al servicio de Lear.
UN CABALLERO, al servicio de Cordelia.
UN MENSAJERO.
UN HERALDO.
GONERILA. |
REGAÑÍA. > Hijas de Lear.
CORDELIA. J . -
Sirvientes del Duque de Cornualles, Caballeros al servicio da Lear, Jefes, Mensajeros, Soldados y Sirvientes.
LA. ACCIÓN EN BRETAÑA, HACIA EL SIGLO VII
i+AtA+A+AMAtA+AMM
acto fru^bho
CUADRO FÜIIvlSTlO
ESCENA PRIMERA
Salón regio en el palacio de Lear KENT, GLÓSTER; EDGARDO y EDMUNDO a cierta distancia
Kent Yo creía que el rey, entre sus yernos, pre- fería el duque de Albania al de Cornua- les.
Glos. Así lo hemos creído todos, mas por lo que hoy se ve, en el reparto de sus do- minios, no es fácil conocer a cuál de los dos se inclina. Yo haría lo mismo si como padre pudiese escuchar únicamente la voz de mi corazón.
Kent ¿Tenéis más de un hijo?
Glos. El otro que veis se Crió a expensas- mías,
y poco a poco me acostumbré a recono- cerle.
Kent No concibo...
Glos. La que le concibió fué su madre... El vino al mundo con toda felicidad sin que na- die le llamase. ¿Comprendéis ahora mi falta?
Kent Si no os duele la sobra que trajo...
LEAR 2
611250
— 6 -
Glos. Tiene un año menos que el legítimo, pero
no un grado menos en mi afecto, porque lo merece, y él corresponde con más transporte que el otro. ¡Edmundol... ¿Co- noces a este noble caballero?
EDM. (Acercándose.) No, señor.
Glos. Es el conde de Kent, mi honorable ami-
go, y como a tal le considerarás en ade- lante.
EDM. (Inclinándose ante Kent.) A vuestras Órdenes,
señor...
Kent Contad con mi aprecio, que espero aumen-
tará a medida que os conozca.
Edm. Me esforzaré, señor, en merecerlo.
Glos. Ha estado nueve años fuera, y dentro de poco ha de volver a marcharse, (óyese ruido de trompetas.) El rey viene.
ESCENA II
LEAR, GONERILA, REGAÑÍA, CORDELIA, EL DUQUE DE ALBANIA, EL DE CORNUALLES, KENT, EDGARDO y EDMUNDO que se mezclan coa la comitiva de magnates y cortesanos. Todos se inclinan ante el rey que sube las gra- das del trono.
Leab (a sus hijas.) A mi lado, hijas mías... (a ios
nobles, invitándoles con el gesto a que se sienten.)
Señores... Vamos a manifestaros nuestras más íntimas determinaciones... (a un cham- belán que llevará un pergamino arrollado en la ma- no.) Desarrollad ese plano. (Dos chambelanes desarrollan el pergamino a los ojos del rey.) Sabed
que hemos dividido en tres partes nues- tro reino. Hijo mío de Cornualles, y vos el de Albania, hijo no menos querido, hemos resuelto declarar hoy públicamen- te el dote que a cada una de nuestras hijas señalamos, a fin de prevenir desde
- 7 -
hoy toda futura contienda. Hablad, hijas mías; decid cuál de vosotras nos profesa mayor afecto, a fin de que se extienda más generosamente nuestra bondad sobre la que más lo merezca. Hable la primera como primogénita, Gonerila.
Gon. Os amo, señor, más de lo que pueden ex-
presar las palabras, más que la vista, más que el espacio y más que la libertad, so- bre cuanto hay de precioso, de rico y de singular, no menos que la vida cuando va acompañada de la gracia, de la salud, del honor y de la belleza, tanto como puede amar un hijo y ser amado un padre.
Goed. (¿Qué ha de hacer Gordelia? Amar y ca- llar.)
Lear Todo el reino de Súsex con sus ciudades, villas y puertos, todo el terreno compren- dido desde esta a esotra línea, (señalándolas
con el dedo sobre el plano.) te lo doy en pleno
señorío, para que se perpetúe en tu des- cendencia habida del de Albania. ¿Qué di- ce ahora nuestra segunda hija, nuestra querida Regañía, esposa del de Cornua- lles? Explícate.
Reg. Soy hecha del propio metal que mi her-
mana, y estimo mi afecto no inferior al suyo. En la sinceridad de mi corazón en- cuentro, pero en mayor grado, toda la in- tensidad del sentimiento que ella describe, pues hallo y cifro mi única felicidad en amar a vuestra incomparable alteza.
Cord. (Entonces, ¡pobre Gordelia!... pobre, no, porque estoy segura de que mi corazón es más rico que mi lengua.)
Lear (á Regania.) Para ti y los tuyos queda reser-
vado en herencia este vasto tercio de nuestros dominios, el hermoso reino. de Wóssex, que en extensión, en importan- cia y en todo género de atractivos, no ce- de al que acabamos dé conferir a Generi- la. Ahora, tú, encanto nuestro, (a cordeiia.)
tú, la menor, aunque no la inferior de nuestras hijas, cuyo temprano amor com- piten en ganar dos pretendientes para rendirte las praderas de la Francia o los bosques de la Borgoña, habla a tu vez: ¿Qué dirás para adquirir un lote más opu • lento que tus hermanas?
Coed. Nada, señor.
Lear ¿Nada?
Gord. Nada.
Lear Habla de otra suerte, hija mía, o teme que
de ese «nada», nada resulte.
Gcrd. ¡Desgraciada de mí, que no puedo hacer subir mi corazón hasta mis labios! Os amo, señor, con toda mi alma, conforme a mi deber, ni más ni menos.
Lear Modifica tu respuesta, si no quieres perju- dicarte.
Gord. Mi buen señor; vos me distéis el ser, me habéis criado, me habéis amado; y yo, en debida correspondencia, como es de justi- cia, os obedezco, os amo, os honro hasta lo sumo. ¿Gomo es que mis hermanas han tomado maridos, si su amor, según ellas dicen, es exclusivamente para vos? Del matrimonio pueden nacer hijos, y la ma- dre debe amarlos. Guando me case, el que con darme su mano se hará dueño de mi fe, es probable que logre la mitad de mi cariño, de mi solicitud y de mis deberes. De seguro que no me casaré como mis hermanas, para no amar a nadie más que a mi padre.
Kent (¡Noble criatural)
Goa. (¡Imprudente!)
Reg. (¡Atrevida!)
Lear ¿Y es tu corazón el que habla?
Gord. Sí, mi señor.
Lear ¡Tan joven y tan insensible!
Gord. Joven, señor, y sincera.
Lear Sea, pues, así; tendrás la sinceridad en
dote, porque... lo juro por la sagrada luz
9 —
del sol, por los iristerios de la noche, por esas influencias de los astros en virtud de las cuales existimos y dejamos de existir, abdico desde ahora toda solicitud pater- nal, todo vínculo de sangre, todo paren- tesco contigo. Desde este momento para . siempre te miro como extraña a mi cora- zón y a mi persona.
KENT (Adelantándose.) ¡Señor!...
Lear ¡Silencio, Kent! No te interpongas entre
el dragón y su cólera. Era la que más amaba, y pensaba confiar mis postreros días a los desvelos de su ternura, (a corde- ua.) ¡Fuera de aquí! Evita mi presencia. Tan ciertamente como deseo paz para mi tumba, retiro de ella mi corazón de padre. (Á dos chambelanes.) Llamad al rey de Fran- cia. (Á Gióster.) Glóster, acompañadlo vos en representación nuestra. (Salen Gióster y dos chambelanes.) Después de Cornualles y de Al- bania, repartid entre vosotros ese reino, de Kent que forma el otro tercio de nuestros estados y que acrezca el dote de vuestras esposas. A uno y otro os invisto de mi po- der, de mis prerrogativas y de todos los atributos que acompañan la majestad real. Por meses residiremos alternativamente con el uno y con el otro, reservándonos una escolta de cien caballeros mantenidos a vuestras expensas. No retenemos más que el título de rey y las señales que le son inherantes. El poder, las rentas, el ejercicio de la soberanía, vuestros son, mis queridos hijos, en confirmación de lo cual partid entre vosotros esta corona, aes en- trega la que ciñe.)
Gornu. (¡Al fin!)
Alb. (inclinándose.) Señor, nuestra gratitud será
eterna.
Gornü. Seguid siendo la cabeza, señor; nosotros seremos vuestro brazo.
Goh. (Bajo a comuaiies.) ¡Todo será nuestro!
- 10 -
Kent Augusto Lear, a quien siempre he servido lealmente como a mi rey, amado como a padre, seguido como a dueño, y aun te- nido presente en mis oraciones.
Lear El arco está armado y la cuerda tirante;
guárdate de la flecha.
Kent Hiérame en mi corazón y en él encontra- rá el deber y la honradez. ¿Pensáis que el deber tenga miedo de hablar,' cuando el poder se inclina ante la lisonja? La honra- dez exige franqueza al subdito, cuando el soberano propende a la locura. Retractad vuestro fallo, y reflexionándolo mejor, volveos atrás de ese furioso aturdimiento. Sobre mi alma respondo que la más joven de vuestras hijas no es la que menos os quiere, y que no es éste un corazón va- cío en que el más leve sonido despierta ruidosos ecos.
Lear Ni una palabra más, Kent, si haces caso de
tu vida.
Kent Nunca la he considerado sino como una
prenda que debía aventurar contra vues- tros enemigos, y jamás temeré perderla siempre que vuestra seguridad lo exija.
Lear Lejos de mi vista.
Kent Miradme, Lear, con los mismos ojos que
antes, que en nada desmerezco de lo que he sido siempre para vos.
Lear (Fuera de sí.) ¡Por Dios vivo!
Kent ¡Por Dios vivo! ¡que tomáis el nombre de
Dios en vano!
Lear. (Mano a la espada.) ¡Oh, vasallo descreído!
Alb. y Corn. Deteneos, señor.
Kent Revocad vuestras donaciones, o mientras
que pueda salir la voz de mi garganta, os diré que hacéis mal.
Lear Escucha, descreído; en nombre de tus de-
beres de subdito, escúchame. Puesto que has intentado hacernos anular nuestra real palabra, lo cual jamás nos hemos per- mitido, y a interponerte con tenaz sober-
-li- bia entre nuestra voluntad y nuestro poder, ahí va la recompensa. Cinco días te con- cedemos para reunir los medios de hacer frente a los menesteres de la vida, pero al sexto has de volver la espalda a nuestro reino, y si al décimo es encontrada tu de- testable persona en los dominios de que te desterramos, aquel momento será el de tu muerte. Mi sentencia es irrevocable. ¡Vete! Kent ¡ Adiós, rey Lear! Conmigo se va la libertad;
lo que aquí se queda es el destierro, (a cordeüa.) Tómete Dios bajo su amoroso am- paro, tierna joven, que tan juiciosamente piensas y aun más discretamente hablas. Y vosotras... (a Goneriía y Regañía.) ¡ojalá confir- men los actos vuestros pródigos ofreci- mientos, y broten de vuestras protestas de ternura dignas obrasl Kent se despide
de VOSOtrOS, ¡Oh! príncipes (a los de Albania
y comuaiies,) y va a terminar en descono- cidas regiones su fatigada carrera, (sale.)
ESCENA III
Dichos menos KENT. Entra GLÓSTER y los chambelanes seguidos del REY DE FRANCIA y comitiva
GLOS. ¡Kent desterradol (Alto, acercándose al rey.) Au-
gusto señor, aquí está el rey de Francia.
(Lear baja del trono y sale al encuentro del rey de Francia.)
Lear (ai rey de Francia.) Ilustre príncipe, no qui-
siera recibir di vuestra amistad el desaire de que os unieseis con la que yo detesto; suplicóos por tanto, que dirijáis vuestra estimación a más digno objeto que a una desventurada que la naturaleza casi se aver- güenza de reconocer.
Rey F. ¡Hecho más extraño! ella, que hace un ins-
12
tante era el objeto de vuestra predilección y de vuestros encomios, vuestro consuelo en la ancianidad, la más estimable, la más querida, ¿ha podido en un abrir y cerrar de ojos, cometer tan monstruosa culpa, que haya merecido ser desheredada de tanto aprecio? Una de dos; o su ofensa ha de ser de índole tan extraordinaria que justifique el castigo, o queda convencida de capri- chosa vuestra posición primera, cosas que ni de ella ni de vos pueden creerse, ni ad- mitirlas mi razón sin apoyo de milagro.
Gord. Si a delito se me atribuye el no poseer el arte sutil e insidioso de decir lo que no pienso, yo que cuando una cosa me pro- pongo, antes de hablar la ejecuto, ruego a vuestra majestad se sirva declarar al menos que lo que de vuestro favor y gracia me ha privado no es infame mancha, ni alevo- sa muerte, ni locura, ni acción inmodesta, ni deshonroso paso, sino la carencia, por la cual cabalmente no me considero sino más rica, de unos ojos que solicitan de continuo y de una cierta lengua que me alegro de no tener, aunque esta falta me cueste la pérdida de vuestro cariño.
Lear Más te valiera no haber nacido, que el ha-
berme disgustado en demasía.
Bey F. ¿No es más que esto? ¿No es más que una reserva de carácter avaro en manifestar lo que con más viveza siente?
Lear Si, tal cual es, errante y proscripta, sin
patria, sin perdón, sin más fortuna que nuestro enojo, os gusta para esposa, podéis tomarla.
Rey F. Hermosísima Cordelia, más rica cuanto más indigente, más escogida cuanto más pos- tergada, más digna de amor cuanto más blanco de desprecio, desde luego acepto tu persona y tus virtudes. Legal es tomar lo que rechazan los otros. ¿No es extraño que los más fríos desdenes inflamen mi
- 13 -
amor hasta el más acendrado respeto? Vuestra hija sin dote, oh rey, tocándonos en suerte, reinará sobre nos, sobre nues- tros subditos y sobre la fértil Francia. Da- les el adiós, Gordelia, aunque tan inhu- manos contigo; lo que aquí pierdes lo en- contrarás allá con ventaja. Lear Tómala, tuya es; por nuestra parte rene-
gamos de tal hija y no hemos de ver más su semblante. Vayase, por tanto, privada de nuestra gracia, de nuestro afecto, de nuestra bendición. Vamos, (a su séquito.) (Sa- len el rey Lear, sus dos yernos, Glóster con sus hijos y la comitiva.)
ESCENA IV
GONERILA, REGAÑÍA, CORDELIA y el REY DE FRANCIA
RetF. Decid adiós a vuestras hermanas.
Cord. No sin lágrimas en los ojos Cordelia se se- para de vosotras, ídolos de nuestro padre. Conozco a fondo lo que sois; repúgname empero como a hermana llamar por su verdadero nombre vuestros defectos. Por- . táos bien con nuestro padre: a vuestra encarecida pasión le confío; mas ¡ay! si yo permaneciese todavía en gracia suya, preferiría al mejor puesto quedarme en su compañía..
Gon. No vengas a prescribirnos nuestros de-
beres.
Reg. Cifra todo tu estudio en contentar a tu
dueño que como de limosna te ha asociado a su fortuna. Has faltado a la obediencia filial, y has merecido bien la privación de herencia que te aflige.
Cord. El tiempo desdoblará los artiñciosos plie- gues de la astucia, y acabará por sacar
• LEAR 3
— 14 -
a la vergüenza las faltas hasta aquí encu- biertas. Dios os dé prosperidad. Bey F. Ven, mi dulce Cordelia. (vase con eiia .) (gg-
nerila y Regañía la miran con ironía, cambiando al- gunas palabras en voz baja mientras se aleja eon su futuro esposo, y cae el telón.)
CUADRO II
Galería en el castillo de Glóster.
ESCENA I
EDMUNDO
Edm. Tú eres, mi diosa, oh naturaleza; a tu ley
consagro mis servicios. ¿Por qué he de someterme a la tiranía de la costumbre, y consentir en que el convencional refina- miento de las naciones me prive de mi he- rencia, por haber venido al mundo doce o o catorce lunas más tarde que mi herma- no? ¿Por qué bastardo? ¿Por qué innoble cuando tan bien tormados son mis miem- bros, tan generoro mi espíritu, tan regular mi figura como la de cualquier nacido de honrada matrona? ¿Por qué- marcarme c on el sello del oprobio y. de bastardía?... ¡Le- gítimo! ¡Gran palabral Sin embargo, legí- timo Edgardo, yo necesito tu patrimonio: el amor de mi padre á su bastardo no es inferior al que profesa a su legítimo, y yo he aprendido desde ayer, en la solemnidad de que fui testigo, los medios de hacerlo aumentar... halagos, protestan, encarec- mientos: los padres quieren ser adulados como los reyes. ¡Pues bien! Si mi plan no
15 -
se malogra esta carta (Saca del seno.) se me ha de trocar en título de primogenitura, y Edmundo el bastardo suplantará a Edgardo el legítimo.
ESCENA II
EDMUNDO y GLÓSTER
Glos. (Hablando para sí,) ¡Kent desterrado. jEl de
Francia marchándose airadamente! ¡El rey Lear salido anoche de su corte, abdicando su poder, reducido a unos alimentos! ¡Y todo esto a la vez, golpe sobre golpe! Ed- mundo ¿qué ocurre?
EüM. (Afectando ocultar la caraa.) Nada, COn Vuestro
permiso, señor.
Glos. ¿Qué papel es ese que leías?
Edm. Nada, señor.
Glos. jNadal ¿Qué significa entonces esa preci-
pitación en meterlo en el bolsillo? Si nada es, no hay para qué ocultarlo. Dámelo.
Edm. Perdonadme, señor, es carta de mi herma-
no. No he concluido aún de leerla, mas por lo que de ella he visto, no me parece escrita para ser presentada a vuestros ojos.
Glís. Dadme esa carta, caballero.
Edm. Que os la rehuse o que os la entregue,
tendré por fuerza que disgustaros. Su con- tenido, por lo que comprendo en parte, es reprensible.
Glos. Veamos, veamos.
Edm. (Entregándole la carta.) Quiero persuadirme,
para justificación de mi hermano, que este escrito no tiene más objeto que poner a prueba mi virtud.
Glos. (Leyendo.) «Este respeto a la edad, política- mente sancionado, nos amarga los goces del mundo en lo mejor de nuestros días, y nos detenta nuestros bienes hasta que la
- 16 -
vejez no nos deja ya disfrutarlos. Empieza a parecerme una imbécil y haragana ser- vidumbre la de aguantar la opresión de una decrépita tiranía, que rige, no por fueite, sino por tolerada. Ven a verme pa- ra hablar de esto. Si nuestro padre dur- miera hasta que yo le despertase, tú po- seerías perpetuamente la mitad de sus rentas, y vivirías en amistad perfecta con tu hermano. Edgardo.* ¡Oh, una conspi- ración! jY mi hijo Edgardo tiene mano pa- ra escribir tal cosa, y corazón y cerebro para concebirla! ¿Cuándo ha llegado a po- der tuyo esta carta? ¿Quién te la ha traído?
Edm. Nadie, señor; aquí está el ardid. Fué echa-
da por la ventana de mi aposento, donde la encontré.
Glos. ¿Y das por seguro que es de letra de tu hermano?
Edm. Si se tratase de otro asunto indiferente,
me atrevería a jurar que lo es; pero, res- pecto de esta, quisiera poder persuadirme de lo contrario.
GLOá. (Examinando la carta.) Es^SU letra.
Edm. Su mano, señor, es seguramente la que
ha escrito; todavía abrigo confianza de que no es su corazón.
Glos. ¿No te ha sondeado alguna vez antes de es- to sobre tal punto?
Edm. Nunca, señor; sólo le he oído con frecuen-
cia sostener, que al llegar los hijos a la edad viril y los padres a la de su decaden- cia, debieran éstos entregar a aquéllos la administración de sus bienes y pasar a ser pupilos suyos.
Glos. jOh, malvado! ¡He aquí las ideas vertidas en esta carta! j Desnaturalizado hijo! ¡Hom- bre execrable! Ve, muchacho, búscalo; quiero prenderle. ¡Infame! ¿Dónde está?
Edm. No lo sé de fijo, mi señor. Si tuvieseis a
bien suspender la indignación contra mi hermano, hasta obtener de él mismo más
- 17 -
concluyentes pruebas de sus intenciones, pudierais arreglar a ellas vuestra conduc- ta; mas si procedéis contra él arrebatada- mente, equivocándoos acerca de sus desig- nios, abrís en vuestra honra una irrepara- ble brecha y le forzáis a una resistencia desesperada. Me atrevo a salir garante con mi vida que esto lo ha escrito únicamente para tantear mi leal afecto a vos, y no con otra peligrosa mira.
Glos. ¿Lo crees así?
Edm. Si lo juzgáis conveniente, yo os colocaré
donde podáis oírnos conferenciar juntos, y, cerciorado por vuestros propios oídos, recobrar una plena tranquilidad, y esto sin más dilación que esta misma tarde.
Glos. Es imposible que sea un monstruo así.
Edm. Imposible, seguramente.
Glós. jCon un padre que le ama con tanta ternu- ra! Búscale, Edmundo; ponme al alcance de poder oirle; maneja este asunto según tu prudencia. A cuanto soy renunciaría para acertar en mi resolución.
Edm. Le buscaré luego; encaminaré el asunto
por la vía que mejor encuentre, y volveré a enteraros de todo.
Glos. Nada perderás en prestarme este servicio.
Usa la prudencia. (Mientras se va, ensimismado.)
Estos últimos eclipses de sol y de luna nada presagian de bueno. El amor se en- tibia, la amistad amengua, los hermanos se dividen; tumultos en las ciudades, dis- cordias en las campiñas, traición en los palacios. T hasta se rompen los lazos en- tre padres e hijos, (se va.)
- tó -
ESCENA III
EDMUNDO. Luego EDGARDO
Edm. ¡Oh necedad del mundo! Guando estamos
mal con la fortuna, lo cual sucede a me- nudo por culpa nuestra, se la damos de nuestros desastres al sol, a la luna, a las estrellas; nos suponemos malos por nece- sidad, imbéciles por causa del signo, la- drones y asesinos por constelación, em- busteros, traidores y adúlteros por influjo planetario, como si nos impusiera nuestros vicios un poder celestial. ¡Cómodo subter- fugio el de cargar en cuenta a los astros las inclinaciones perversasl ¡Ahí llega Ed- gardo. (Finge no verle y seguir distraído.)
Edg. ¿Qué es esto, Edmundo? ¿En qué graves
cavilaciones estás metido?
Edm. Pensaba, hermano, en cierta \ redicción
acerca de lo que anuncian estos eclipses.
Edg. ¿Es que te ocupas de tales cosas?
Edm. Te aseguro que los resultados predichos
se cumplen por desgracia, como desnatu- ralizamiento entre padres e hijos, viola- ciones de la fe conyugal, muertos, cares- tías, rompimientos de antiguas amistades, disensiones en el Estado, amenazas y mal- diciones contra nobles y reyes, descon- fianzas sin motivo, destierro de leales, dispersión de tropas y no sé qué más.
Edg. ¿Desde cuándo estás dado a la astrología?
Edm. i Oye, oye! ¿Hace tiempo que no has visto
a mi padre?
Edg. Anoche.
Edm. ¿Y hablasteis?
Edg. Dos horas seguidas.
Edm. ¿Y os despedísteis amigablemente? ¿No
observaste en sus palabras o en su sem- blante indicios de disgusto?
- 19 -
Edg. Ninguno.
Edm. Recapacita en qué puedes haberle ofendi-
do, y por consejo mío evita su presencia hasta que se haya calmado la furia de su enojo, que es ahora tan violento que de él podría resultar un atropello en tu per- sona.
Edg. Algún miserable me habrá puesto mal con
él.
Edm. Lo temo. Guarda oportunas precauciones
hasta tanto que baje el ardor de su cólera, y como digo, retírate a mi aposento, don- de dentro de un rato iré a buscarte para llevarte a sitio desde el cual puedas oir a nuestro padre. Aquí está la llave. No sal- gas sino armado.
Edg. ¿Armado?
Edm. Te aviso por tu bien; a fe de hombre hon-
rado, que se trama contra ti algo terrible. Te he dicho, hermano, lo que he visto y oído, pero muy por cima; no llega con mucho a la espantosa realidad. Por favor, aléjate.
Edg. ¿Me enterarás de todo?
Edm. Cuenta conmigo en este trance, (vase Edgar-
do; empieza a anochecer.)
ESCENA IV
EDMUNDO, luego ANGO
Edm. Un padre crédulo del mal y un hermano
incapaz de sospecharlo, magníficos auxi- liares para la ejecución de mi ingenioso proyecto. iDios te guarde, Angol (ai verle
entrar.)
Ango V a vos igualmente, señor. Acabo de
anunciar a vuestro padre y mi señor que van a llegar dentro de una hora a este castillo la princesa Regañía y su ducal esposo.
- 20 -
Edm. ¿Cómo es esto?
Ango No sé qué deciros, a fe mía; sin duda sa- béis las noticias que circulan, o más bien, que no se comunican sino al oído.
Edm. (Y qué noticias son esas?
Ango Ocurren, al parecer, dificultades entre los
dos cuñados acerca de la partición de este reino de Kent, lote que fué de la des- heredada Gordelia; y el duque de Cornua- lles trata de prevenir al de Albania ocu- pando la mejor parte del territorio.
Edm. ¿Vienen con aparato de guerra?
Ango Todavía no: ínterin se negocian y trazan
Jos límites, querrá estar a la vista el du- que, y como no tiene dentro del país lu- gar propio donde residir, habrá puesto los ojos en este castillo por su situación y su fortaleza.
Edm. ¿Es decir que no se trata de una breve
visita?
Ango Es alojamiento por- temporada, según en- tiendo, el que pide a vuestro noble padre: no tardaréis en saberlo, (se aleja.)
Edm. ¡Va a llegar el duque con la princesa!
Tanto mejor; la ocasión favorece mis pla- nes. No hay momento que perder: es pre- ciso volar más que la fortuna para cogerla. (Gritando.) Sal, hermano: una palabra. Ven pronto, hermano, ven.
ESCENA V
EDMUNDO y EDGARDO
Edm. (con misterio.) Mi padre te busca... huye de
este sitio. Todo se ha descubierto... huye a favor de las sombras de la noche. ¿Has hablado contra el duque de Cornualles? Viene a toda prisa, y Regañía le acompa-
- 21 -
ña. ¿Te has comprometido con el de Alba- nia en favor snyo? Recapacítalo bien.
Edg. Ni una palabra, te lo juro.
Edm. Oigo venir a mi padre... Perdona; es me-
nester aparentar que desenvaino contra ti la espada. Saca también la tuya, haz como
que te defiendes. (Traban fingida pelea.) Yy
basta. (En alta voz.) Ríndete, sigúeme a la presencia de mi padre... ¡Luz aquí! (Bajo.) Huye, hermano. (En alta voz.) [Antorchas aquí, antorchas! (Bajo.) Bien está: adiós.
(Edgardo se va corriendo.) Si me saCO Una poca
de sangre, será una prueba más de mis
braVOS esfl' erzOS. (Hiérese ligeramente en un bra- zo.) ¡Padre! (Gritando.) ¡Padre! ¡Alto! ¡Deten- te! ¿No hay socorro?
ESCENA VI
EDMUNDO, GLÓSTER, ANGO y CRIADOS con antorchas
Glos. {Qué es esto, Edmundo? ¿Dónde está el
malvado? Edm. Aquí estaba, en la obscuridad, espada en
mano, murmurando siniestros conjuros,
encomendando al maligno ascendiente de
la luna sus asechanzas. Glos. Pero, ¿dónde está? Edm. Mirad; estoy herido, señor.
Glos. ¿Dónde está el malvado, Edmundo? Edm. Ha huido, señor, cuando por ningún medio
ha podido... Glos. Perseguidle, ¡ea! corred en pos de él. (Los
criados parten en todas direcciones.) «Guando por
ningún medio ha podido,» decías... Edm. ...Hacerme consentir en la muerte de mi
padre, cuando me ba oído hablarle de un Dios vengador qu° reserva su más tremen- do rayo contra los parricidas; cuando se ha convencido, en fin de mi invencible a ver-
— 22 -
sión a su odioso proyecto, con repentina furia ha vuelto contra mí la espada, y co- giéndome desprevenido, me ha herido en el brazo; pero al ver que yo recobraba la serenidad, me ponía en actitud de resis- tirle, o espantado tal vez por mis clamo- res, ha apelado a la fuga.
Glos. En vano tratará de huir; no encontraiá
asilo en esta tierra y una vez cogido, que se haga justicia con él. Está para llegar el noble duque rai amo, mi digno jefe y pro- tector, y con autorización suya haré prego- nar a son de trompeta un premio para ei que descubra y entregue a ese cobarde homicida, y graves penas para los que le den abrigo.
Edm. Viendo que no podía disuadirle desude
signio, le he amenazado con descubrirlo todo, y me ha respondido: «¿Piensas tú, indigente bastardo, que tu testimonio con- trapuesto al mío obtenga el menor crédi- to? Yo negaré la letra de mi puño, aun cuando la presentes contra mí, y echaré toda la culpa a tus consejos, a tus ardides, a tus enredos criminales; nadie en el mun- do dejará de atribuir tus acusaciones al poderoso interés que a perderme íe in- cita.»
Glos. ¡Hasta a negar su letra llegaría ese perver- so! No, no es hijo mío; no es posible que yo le haya dado el ser. (suenan trompetas.) ¡Oye! ¡Las trompetas del Duque! Cualquier motivo lo traiga, bien venido sea. Quiero que se cierren todas las puertas del reino para que el malvado no se escape; el Du- que ha de otorgármelo, y además que se envíen a todas partes las señas del crimi- nal, a fin de ser reconocido. Tocante a ti, hijo leal y verdadero, yo tomaré las dis- posiciones necesarias para hacerte capaz de heredarme por completo.
-'23 — ESCENA. VII
Dichos, REGAÑÍA, EL DUQUE DE CORNUALLES y comitiva
Corku. ¿Qué es esto, mi noble amigo? Acabo de saber extrañas nuevas.
Reg. Si son ciertas, no hay castigo bastante pa-
ra tal crimen. ¿Cómo estáis, señor?
Glos. ¡Oh, princesa, está lacerado mi viejo co- razón?
Reg. ¡Cómo! ¿El ahijado de mi padre atentar a
vuestra existencia? ¿Aquel a quien mi pa- dre llamaba «.nuestro Edgardo?»
Glos. ¡Oh, señora, quisiera ocultarlo por ver-
güenzal
Reg. ¿No anda ligado con esos licenciosos ca-
balleros que componen la escolta de mi padre?
Glos. Lo ignoro, señora. ¡Es mucha maldadl
Edm. Sí que lo estaba, señora; era de la partida.
Reg. Entonces no me extrañan sus perversas
intenciones. Ellos le habrán incitado a apresurar la muerte del anciano para di- sipar juntos sus rentas en desórdenes y excesos.
Cornu. Edmundo, sé que vuestra conducta ha si- do la de un buen hijo.
Edm. ' Era mi deber, señor.
Glos. Me ha revelado los intentos del culpable, y al tratar de prenderle ha recibido esta herida que veis.
Cornu. ¿Se le persigue?
Glos. Si, señor.
Cornu. Si le prenden, se le tratará de manera que ningún daño pueda temerse de él en lo sucesivo. Disponed de mi autoridad. Ed- mundo, seréis de los nuestros: necesita- mos de hombres leales como vos.
Edm. Os serviré, señor, fielmente a falta de otra
cualidad.
- 24 -
Glos. Doy gracias por él a Vuestra Alteza.
Gornu. Ni la aflicción del momento ni lo avanzado . de la hora, son a propósito para entera- ros del objeto que aquí nos trae, y para el cual, bajo muchos aspectos, sólo vos podéis servirnos. Por esta noche, no os pedimos sino esa franca hospitalidad que es la mayor de vuestras prendas.
Glos. Solamente con vos no me es posible ejer- cerla, puesto que sois dueño de esta mo- rada. (Empiezan a salir mientras baja el telón. 1
FIN DEL PRIMER ACTO
itAUtA+AbitAtA+A<AtA+Al
JLCTO SEGUNDO
CUADRO PRIMBRO
Habitación del Duque de Albania
ESCENA. PRIMERA
GONERILA y OSVALDO
¿Es cierto que mi padre pegó a mi escude- ro porque reñía a su bufón? Sí, señora.
¡Ya es afrentarme demasiado! A cada mo- mento se sale con alguna extravagancia enorme que nos pone a todos en un apu- ro. No lo sufriré por más tiempo.
Ahí Viene, SeñOia. (Sonido de bocinas.)
Poned en el servicio, tú y tus camaradas, toda la negligencia que gastéis; y si el asunto vieno a parar en querella, tanto mejor. Si no le acomoda, que vaya a vivir con mi hermana, la cual en esto piensa lo mismo que yo; no permitiremos que se nos imponga. Tenlo presente. No lo olvidaré.
Y a los de la escolta tratadlos con más des- pego: lo que de ahí resulte importa poco. Insinúalo a tus camaradas. Yoy a escribir inmediatamente a mi hermana que observe mi conducta. Prepara la comida, (salen.)
- 26:- ESCENA II
KENT y luego LEAR
Kent
Lear
Kent Lear
Kent
Lear
Kent
Lear
Kent Lear Kent Lear Kent
Lear
(Disfrazado y con la barba y la cabellera rapadas.)
Si logro cambiar la voz tan bien como el lenguaje y el aspecto, cumpliré plenamen- te los fines que me propongo. Harto pron- to has tenido que volver, desterrado Kent, al punto re donde fuiste echado y si son ciertos los rumores, el dueño a quien tan- to amas necesita ya de ti para encontrar
Un fiel y adicto Servidor. (Entra Lear, seguido de -sus caballeros y criados.)
Que no se me haga aguardar ni un minuto la comida, (a un criado que sale.) Anda a ver si está dispuesta, (a Kent.) ¿Quién eres tú? Un hombre, señor.
¿Qué profesión es la tuya? ¿Qu í nos quie- res?
Profeso ser en realidad lo que parezco, servir lealmente al que pone en mi su con- fianza, amar al que es honrado, tratar con el que es sabio y hablar poco, temer a la justicia y reñir cuando no puedo evitarlo. Pero, ¿quién eres?
Un hombre de corazón leal, tan pobre co- mo el mismo rey.
Si eres tan pobre en clase de subdito, co- mo él en calidad de soberano, pobre eres hasta el extremo. ¿Qué buscas? Servicio.
¿Y a quién quisieras servir? A vos.
¿Me conoces, camarada? No, señor; pero algo tenéis en la fisono- mía que me da deseos vivos de llamaros dueño. ¿Qué cosa es esta?
- 27 -
La autoridad.
¿Qué servicios puedes prestar? Guardar honradamente un secreto, montar a caballo, contar un hecho curioso desfi- gurándolo, dar torpemente un recado fá- cil; sirvo para todo aquello de que son ca- paces los hombres ordinarios, y mi prenda mejor es la diligencia. ¿Qué edad tienes?
Ni tan poca, yeñor, que me enamore de una mujer sólo con oiría cantar, ni tanta que pierda por ella los sesos inmotivada- mente: cuarenta y ocho años llevo a cues- tas
Sigúeme, me servirás; si después de co- mer no me pareces peor que ahora, no te apartaré de mi compañía en mucho tiem- po. La comida, ¡eh! la comida. ¿Dónde es- tá mi bribonzuelo, mi bufón? Buscadle; que venga aquí en seguida.
ESCENA III
Dichos, OSVALDO y CABALLEROS del Rey
(a Osvaldo.) Oye, ¡eh! ¿dónde está mi hija?
Con Vuestro permiso. (Vuelve a marcharse.)
¿Qué dice? Vuelve atrás, estúpido. Pero, ¿qué se ha hecho mi bufón? Diría que todo el mundo duerme. Y bien, ¿a dónde va ese mostrenco de priado?
Cab. Dice, señor, que vuestra hija está indis-
puesta.
Lear ¿Por qué no se presenta el rebelde cuando
le llamo?
Cab. Me ha contestado redondamente que no le
da la gana.
Lear ¿Que no le da la gana?
Cab. No sé lo que pasa, señor; mas por lo que
puedo juzgar, no se trata a Vuestra Alte-
- 28 -
za con el mismo afecto y reverencia que antes; obsérvase aquí una notable mengua de atenciones, así en lo general de los de- pendientes, como en el Duque mismo y en vuestra hija.
Lear ¿Lo crees así?
Cab. Ruego a Vuestra Alteza que mt> perdone si
me equivoco; pero el deber no me permite callar cuando advierto que no se la respe- ta bastante.
Lear Me renuevas una idea que tengo concebi-
da por mí propio: noto de algunos días acá una frialdad y abandono, que más bien quisiera achacar a recelosa susceptibilidad mía que a una decidida intención de ofen- derme; lo examinaré más despacio. ¿Y este mi bufón, que no le he visto hace dos días?
Gab. Desde que marchó a Francia nuestra jo-
ven princesa, ha caído el rapaz en profun- do abatimiento.
Lear No hablemos de esto; ya lo he notado.
Anda y di a mi hija que quiero hablar con ella, (a otro caballero.) Y tú, ve en busca
de mi bufón. (Salen los dos caballeros; vuelve a
entrar Osvaldo.) ¡Señor mío! ¡muy señor mío! venid acá. ¿Por quién me tomáis?
Osv. Por el padre de mi señora.
Lear ¡El padre de tu señora! ¡A.h, tunante, bas-
tardo, perro sarnoso!
Osv. Nada de esto soy.
Lear ¿Y osan tus miradas encontrarse con las
mías? ¡Insolente! (Le da de golpes.)
Osv. No sufriré golpes, señor.
Kent ¿Ni tampoco una zancadilla, villano dan- zante? (Haciindole caer.)
Lear Gracias, amigo; bien me sirves, y telo
aprecio.
Kent Ea, oompadre, levántate y escapa. Yo te enseñaré a distinguir de personas. ¡Largo, largo de aquí! Si te quedan ganas de to- mar otra vez la medida a tus lomos de ga-
— 29 —
napán, no tienes más que estarte quieto: pero mejor es que te marches, janda! ¿Eres capaz de una migaja de discreción?, pues
(Empujándole fuera.) ¡por ahí!
Lear Agradecido te quedo: toma por arras de
tUS Servicios. (A Kent, dándole dinero.)
ESCENA IV
LEAR, KENT, EL BUFÓN y CABALLEROS
Buf. (Entrando.) También yo he de darle arras.
(A Kent, dándole su gorro coronado de una cresta de gallo entre dos orejas de burro.) Toma, novicio:
mi cresta de gallo. Lear ¡Hola, bribón! ¿Qué es de tu persona?
Buf. (a Kent.) Tómala, te sentará bien; te la re
galo. Kent ¡Tu cresta! ¿Por qué, bufón?
Buf. Porque tomas el partido de ur. jugador
arruinado. Y de los arruinados hay que
huir. El mal es contagioso. Ese hombre,
(Señalando a Lear.) se ha Comprado disgustos
con dos de sus hijas, y a la otra, sin que- rer, la ha dispensado un gran beneficio. [Ay, tío de mi alma! (ALe^r.) ¡Quien tuviera dos crestas de gallo!
Lear ¿Para qué, muchacho?
Buf. Para darte la o*ra a ti, que bien la mere-
céis los dos.
Lear Tunante, cuidado con el látigo.
Buf. La verdad es un pobre galgo al cual se
despacha a latigazos para la perrera, mien- tras que la perra tavorita se tiende al calor- cito del hogar por más que apeste con sus perfumes.
Lear jBribonzuelo! ¿Va para mí esta flecha?
Kent El bufón es mordaz.
Lear ¡Loco malicioso!
LEA.R 4
— 30 —
Büf. (a Lear.) ¿Sabes la diferencia que hay entre
un loco malicioso y un loco benigno? Lear No, explícala.
Buf. Si aquel que 1 3 dio el consejo
de repartir tu corona, quiere prestarse al cotejo de mi burlesca persona, tendremos en parangón los dos locos de mi cuento: uno que vale por ciento, y el otro un simple bufón.
Lear jMe tratas de loco!
Buf. ¿Qué tratamiento te he de dar, si has abdi-
cado tus mejores títulos?
Kent No es tan loco como eso, señor.
Buf. No, a fe mía; ios grandes y los señores no
quieren dejarme el exclusivo privilegio del oficio, y °i yo tuviera el monopolio, pretenderían sobre él su parte; hasta las damas me usurpan el papel y arrebatan con avidez mis atribuciones.
De los locos medran pocos, pues con la ciencia en los labios los que presumen de sabios van suplantando a los locos.
Lear ¿De cuando acá te ha dado la vena hablar
en verso? Buf. Desde que has puesto la vara en manos de
tus hijas, y a ti en actitud de recibir sus
golpes. (Lear le amenaza.) Dale, [Oh tío! a tu
bufón un maestro que sepa mentir.
Leae Las mentiras, tunante, te costarán azotes.
Büf. ¡Vaya un admirable concierto entre ti y
tus hijas! Si digo la verdad me azotan ellas; si miento me azotas tú; y si guardo silencio, también me azotan a veces. No hay peor suerte qne la de un bufón, a no ser la tuya.
- 31 - ESCENA V
Dichos y GONERILA
Lear ¿Qué es esto, hija? ¿Qué pensamientos cru-
zan por detrás de ese tocado? Paréceme notable tu ceño desde algunos días acá.
Büf. Venturoso mortal fuiste, mientras nada te
importó su entrecejo; al presente no eres más que un marco vacío, eres menos que yo; yo, al cabo soy bufón, y tú nada eres. (a Goneriía.) Sí, entendido, pondré freno a mi lengua; me lo ordena vuestro rostro, aunque nada me digáis. ¡Chitón! jchitón!
Gon. Señor, no solamente ese vuestro bufón a
quien todo se permite, sino otros de vues- tra insolente guardia censuran y contien- den a todas horas, estallando su animosi- dad en violentos e insoportables alborotos. Pensaba, señor, que bastaría daros cono- cimiento de estos desórdenes para que vos los atajarais; más ahora, si he de juzgar por vuestras palabras y actos iecientes, crece mi temor d¿ que protejáis semejan- te conducta y la alentéis con vuestro apo- yo; lo cual si así fuese, no se substraería auna legítima reprobación ni dejaría de llamar el oportuno remedio. Y este habría de ser tal, que si en estado regular de sa- lud resultara ofensivo y hasta ignominioso para vos, justificado poi la necesidad no
* sería sino discreto.
BüF. Cría CUervOS y... (Lear le interrumpe con un ges-
to de cólera.) LEAR (Dirigiéndose a Goneriía.) ¿Eres tú. mi hija?
Gon. Desearía, señor, que empleaseis la sensa-
tez de que me consta estáis provisto co- piosamente, y que abandonarais esas ex- trañas manías que desfiguran vuestra na- tural equidad.
- 32 -
Lear ¿Hay alguno aquí que me reconozca? Yo no
soy Lear. ¿Es Lear que anda, es el que ha- bla así? ¿Dónde están sus ojos? O se ha en- flaquecido su razón, o su discernimiento está aletargado. ¿Sueño o estoy despierto? ¡Ahí seguramente esto no es verdad. ¿Quién podrá decirme lo que soy?
Büf. La sombra de Lear.
Lear Quisiera saberlo, porque por estas insig:
nias de soberanía y por el testimonio de mi razón habría de persuadirme falsamen- te de que tengo hijas.
Büf. Ellas harán de ti un padre sumiso.
Lear (Enajenado.) ¿Vuestro nombre, hermosa da- ma?
Gon. I Vaya, señor, que este aspaviento se avie
ne harto bien con otras recientes salidas vuestras! Euógoos que hagáis justicia a mis intenciones: anciano sois y respetable, debierais ser también sensato. Tenéis aquí en servicio vuestro cien caballeros y escu- deros, hombres tan indisciplinados, tan disolutos e insolentes, que este palacio, infectado con su libertinaje, más bien pa- rece una inmunda taberna que la residen- cia del soberano. La infamia es tal que re- clama urgente remedio. Os suplica, pues, la que tendría que hacerlo por sí, caso de ver desatendido su ruego, que disminu- yáis un poco vuestra comitiva, y que las personas que en ella permanezcan sean conformes a vuestra edad y sepan lo que se deben a sí mismas y a vos. Lear ¡Infierno y tinieblas! ensillad mis caballos,
reúnase mi escolta. ¡Degenerada bastarda! no te molestaré; todavía me queda una hija. Gon. La emprendéis a golpes con mi gente, y
vuestra desenfrenada cohorte pretende subyugar a los que valen más que ella. Lear ¡Infeliz del que se arrepiente demasiado
tardel
- 33 -
ESCENA VI
Dichos y EL DUQUE DE ALBANIA
¡Ah! ¿estáis aquí? ¿es esta vuestra voluntad? hablad, señor. Aprontad los caballos. [In- gratitud!... ¡furia de marmóreo corazón! ¡más espantosa, cuando te encarnas en un hijo, que los monstruos del mar!
Alb. Moderaos, señor, os suplico.
Lear (a Goneriía.) ¡Mientes, abominable harpía!
Mi escolta se compone de hombres esco- gidos y pundonorosos, que cumplen con su deber y sostienen la dignidad de su nombre. ¡Oh, Lear, Lear, LearI (Golpeándose la frente.) da de golpes a esta puerta que dejó penetrar adentro tu locura y salir fue- ra tu buen juicio, (a sus caballeros.) Vamos, mi gente, vamonos.
Alb. Mi señor, estoy tan inocente como igno-
rante de lo que así os agita.
Lear Oye, naturaleza, oye: escucha mis votos,
deidad querida. Si era tu intento fecundar a esta criatura, suspende tu propósito: in- fecunde la esterilidad en su vientre, seca en ella los órganos de la maternidad, y que de su marchito cuerpo jamás nazca un hijo que la honre. Si llega a ser madre, que su engendro, amasado de hiél, per- verso y desnaturalizado, viva para tormen- to suyo; que estampe precoces arrugas en su frente juvenil, que abra en sus mejillas surcos de lágrimas incesantes, que se ría de las penas todas de su madre y pague beneficios con desprecios, a fin de hacerle sentir cuanto más punzante que la morde- dura de la serpiente es tener un hijo in- grato. Partamos, partamos, (se ra.)
Alb. ¡Dios omnipotente! ¿De qué proviene todo
esto?
- 34 -
Gon. No os atormentéis para saber la causa.
¿No veis que ya chochea?
Lear (Entrando otra vez.) ¡Qué! ¡cincuenta caballos
de un golpe! ¡y al cabo de quince díasl
Alb. ¿De qué se trata, señor?
Lear Voy a decírtelo. ¡Muerte y vida! (a Goneriía.)
Me avergüenzo de ese poder que tienes de sacudir así mi varonil firmeza, y de estas ardientes lágrimas en que prorrumpo a pesar mío. Mas, no importa. Aun me que- da una hija benévola y consoladora. Guan- do oiga 1© que has hecho, destrozará con sus uñas tu cara de lobo. Me verás reapa- recer en la antigua forma de que te imagi- nas me he desprendido para siempre; me
verás, yo te lo fío. (Saca un pliego.)
Gon. No sería hija si continuara escuchándoos.
Venid, espOSO. (Sale, llevándose al Duque de Al- bania.)
ESCENA VII
LEAR, KENT, BUFÓN y comitiva
Lear (a Kent.) Toma la delantera, y entrega estas
líneas a la duquesa de Cornualles, mi hija.
Cab. En el castillo de Glóster debe estar con su
marido, a tres leguas cortas de aquí.
Lear No la enteres de lo que sabes; limítate a
responder a las preguntas que te haga acerca del contenido de este billete.
Kent No pararé un minuto que no le haya entre-
gado vuestro escrito, (vase.)
Buf. ¿Qué diferencia va, tío, de una manzana
dulce a otra silvestre?
Lear ¿Lo sabes tú?
Buf. Sé que no hay tanta ni con mucho entre
tus dos hijas.
LEAR (Pensativo y refiriéndose a Gordelia.) Fuí COn Cor-
delia harto injusto.
- 35 -
Buf. ¿Y sabes por qué un caracol lleva su casa
acuestas?
Lear (Distraído.) ¿Por qué?
Buf. Para meterse en ella, e i lugar de darla a
sus hijas, a riesgo de dejar sus cuernos sin abrigo.
Lear (siempre absorto.) Quiero olvidar mi naturale-
za... ¡Un padre tan bondadoso!
Buf. Si fueses mi bufón, te castigaría por haber
envejecido antes de madurar.
Lear (Hablando consigo.) ¡Y si recobrase por fuerza
mi autoridad! ¡Monstruosa ingratitud! ¡Oh! ¡que no me vuelva loco, piadosos cielos! conservadme la calma. No quiero volver- me lOCO. (A un caballero que asoma.) ¿Están
prontos los caballos? Gab. Prontos están, señor.
LEAR (A los suyos.) VamOS. (Márchanse todos.)
ESCENA VIII
GONERILA, EL DUQUE DE ALBANIA y luego OSVALDO
Gon. ¡Cien caballeros! ¿Es político, es seguro
dejarle cien caballeros disponibles y a punto para que al más leve rumor, al más singular antojo, a cada queja, a cada dis- gusto, salgan al amparo de sus chocheces y tengan a merced suya nuestras vidas?
¡Eh! ¡Osvaldo! (Llamando.)
Alb. Lleváis demasiado allá vuestros temores.
Gon. Más vale temer que confiar con exceso;
prefiero quitar de enmedio los peligros a tener siempre encima los recelos. Penetro hasta el fondo sus intenciones; lo que aquí ha soltado, se lo escribo ya a Regañía.
(Viendo entrar a Osvaldo.) ¡Osvaldo! ¿Vas a lle- var la carta a mi hermana? Osv. Tengo la escolta dispuesta y monto a caba-
llo al momento.
— 36 -
Gon. ¿Recuerdas bien mis instrucciones?
Osv. Sí, señora.
GON. ¿Todas? (Con misterio.)
Osv. Todas.
Gon. Pues ve y apresura tu regreso. (Mientras sale
Osvaldo.) ¡Necesito otro defensor y lo ten- dré!
CUADRO II
Patio y galería en el castillo de Glóster
ESCENA I
KENT atravesado a la puerta de las habitaciones interiores, OSVALDO entrando con arrogancia.
Osv. ¿Dónde meteremos esos caballos?
Kent En el albañal.
Osv. ¿Es esta la crianza que aquí se os enseña?
Traigo una comisión importante
Kent Más importante es la mía y he llegado pri
mero.
Osv. ¿Me conoces?
Kent Demasiado.
Osv. ,.Por quién me conoces?
Kent Por un bribón, por un miserable, por un
perro sarnoso... jEh! no enfadarse; son títulos que te ha conferido el rey en per- sona.
OSV. (Poniendo mano a la espada.) j Vive Dios! que SÍ
no mirara...
Kent ¿El qué, cobarde? ¿el qué?... ¡Desmemoria-
do, ya no conoces al que te hizo la zanca- dilla!
Osv. Yo no me rebajo a reñir con un mendigo.
KENr Desenvaina, íraidor, desenvaina. Yo te en-
señaré a pasar cartas contra el rey y a ser- vir a una orgullosa muñeca rebelde a la
— 37 —
autoridad de su padre. (Embistiéndole.) Gan- so. Voy a atravesarte con este asador.
Osv. (Gritando.) iSocorro! ¡socorrol
Kent ¡Ponte en guardia, miserable! defiéndete,
Cobarde, defiéndete. (Golpeándole con la espada de plano.)
ESCENA II
Dichos, REGAÑÍA, DUQUE DE GORNUALLES, EDMUNDO y SERVIDUMBRE
Edm. ¿Qué es esto? ¡separaos!
Kent Estoy a vuestras órdenes, joven, si gus-
táis.
Reg. ¡Espadas desenvainadas! ¿De qué se trata?
Cornu. Deteneos, si queréis vivir: el que dé un golpe más, es hombre muerto. ¿De qué proviene esa riña?
Reg. El mensajero de mi hermana es el maltra-
tado.
Osv. Apenas puedo respirar, señora.
Kent ¡Ya lo creo, con tales esfuerzos de valorl
Cornu. (a Osvaldo.) Di tú, ¿cómo se ha armado tal contienda?
Osv. Mi señor, ese furioso, cuya vida respeto
por consideración a su barba gris...
Kent (Apretando los puños.) Señor, señor, permitid- me hacer gigote a ese villano, y echarlo luego a los cerdos. ¡Tú perdonarme la vi- da, cobarde!
Cornu. ¡Cállate, insolente! ¿Es que a nadie res- petas?
Kent Sí, príncipe, pero la cólera reclama sus
fueros,
Cornu. ¿De qué tanta cólera?
Kent De ver una espada en manos de un hom-
bre sin corazón. Esos maléficos bichos rompen con sus dientes les sagrados vín- culos que como tan estrechos sería impo-
— 38 —
sible desatar, adulan todas las pasiones culpables, atizan los enojos, siguen como perros serviles las caprichosas huellas de sus amos en cualesquiera direcciones...
Reg. Pero ¿qué te ha hecho? ¿cuál es su delito?
Kent Su cara... bástame mirarle a la cara para
salir de juicios.
Reg. Ese hombre es un frenético.
Gornu. O más bien un tunante que con achaque de franqueza se permite las más brutales desvergüenzas; uno de esos que bajo la máscara de afectada sinceridad ocultan más doblez y corrupción que veinte cor- tesanos imbéciles que se deshacen en li- sonjas.
Osv. Pues también sabe ser adu'ador cortesano,
y para congraciarse con el rey que sin ra- zón se juzgaba de mí ofendido, me derribó por sorpresa, y me abrumó de injurias y escarnios, compitiendo los dos en cebarse con un hombre indefenso. Esta es la haza- ña que trataba ahora de renovar embis- tiéndome bruscamente. (Entrega la carta a Re- gañía que la lee con avidez.)
Cornu. Que traigan los cepos, y le enseñaremos a
ese señor camorrista... Kent Para aprender, señor, soy demasiado vie- ( jo. Sirvo al rey, y él es quien a vos me
envía. Poco respeto y mucha mala volun- tad se le demostraría con meter en el cepo a su enviado.
CORNU. Que traigan los CepOS. (Marchase un criado.)
Por mi honor y mi vida que estará en ellos toda la noche.
Reg. Toda la noche y aun parte de mañana,
Kent Pero, señora, si fuera yo el perro de vues-
tro padre me trataríais mejor.
Reg. A cada cual según su merecimiento.
Gorn. Es de la misma laya que esos de que se queja vuestra hermana, (vuelve el criado con
los cepos.) Trae acá este Cepo. (Fíjanlo en un poste.)
- 39 -
No resistiré a viva fuerza: no es por la- drón que sufro este ignominioso castigo. El agravio no es a mí, es al mismo rey en la persona de su mensajero.
(Tiéndenle en el suelo arrimado a un pilar y su- jétanle las piernas.)
De mis actos yo respondo. Más derecho de ofenderse tendría mi her- mana por los insultos y malos tratamientos inferidos a su enviado en el desempeño de su comisión, (a ios criados.) Metedle las piernas en los agujeros y que descanse de su carrera.
Retirémonos. (Entran en las habitaciones. Em- pieza a obscurecer.)
(En el cepo.) Buen rey, mucho temo que en ti se verifique aquello: «de la bendición del cielo a los ardores del sol». ¡Males buscados! y yo quiero compartirlos, como has querido tú echártelos encima... La fa- tiga y el sueño me abruman: aprovechad la ocasión, pesados ojos míos; cerraos para no ver esta mansión inicua. ¡Buenas noches, fortuna! aguardando tu sonrisa, me aduermo al vaivén de tu volteante
rueda. (Breve pausa.)
ESCENA II
KENT, LEAR y EL BUFÓN, que llegan por fuera sin reparar en el primero
Lear Más de una hora de ventaja hemos tomado
a la escolta. La impaciencia me ha dado alas.
Os saludo, mi noble dueño. (volviéndose.) ¿Eren tú? ¿Qué haces aqui? ¡Ja! ¡ja' ¡gentiles ligas te han puesto! ¿Quién te ha faltado al respeto hasta el punto de ponerte asi?
- 40 -
Kent Kl y ella, vuestro yerno y vuestra hija.
Lear No.
Kent Sí.
Lear Dígote que no.
Kent Que sí digo.
Lear No, no son capaces.
Kent Lo son, pues que lo han hecho.
Lear Juro que nó por la luz del sol.
Kent Juro que sí por esta de la luna.
Lear No lo han podido hacer, no han podido
quererlo hacer. Sería peor que un asesi- nato lanzarme al rostro tal ultraje. Date prisa a explicarme como, viniendo de mi parte, has podido tú merecer y ellos infli- girte semejante trato.
Kent Ni tiempo me han dado, señor, para en-
tregarles vuestra carta. Iba a solicitar au- diencia, cuando se ha interpuesto ese la- cayo de vuestra primogénita, en cuya casa se mostró con Vuestra Alteza tan in- solente; y obedeciendo a mi indignación más que a la prudencia, he sacado contra él la espada. Su gritería ha alborotado la casa entera; y yo cargo con la pena del escándalo.
Buf. Aun falta lo mejor del invierno, según la
dirección que toman en su vuelo las ocas.
Lear ¡Oh! ¡Cómo se me suba la cólera al cora-
zón! Vuelve a tu sitio, inflamable bilis; tu región está más abajo. Pero ¿dónde están?
Kent Ahí dentro, señor.
Lear Voy allá; (ai Bufón) no me sigas. (Entra por la
puerta del fondo.)
ESCENA IV
KENT y EL BUFÓN
Kent ¿Cómo viene el rey tan solo?
Bur. Por esta sola pregunta merecías ser puesto
en el cepo.
- 41 -
¿Por qué, bufón?
Por impertinente. Si vas cuesta abajo con una rueda enorme, suéltala de la mano al sentirte arrastrado, porque si en seguirla te empeñas te romperás la crisma; por el contrario si das tu apoyo a un hombre de provecho que trepa una altura, él, luego de subido a la cumbre te ayudará a ti. ¿Dónde has aprendido esto, loco? No en el cepo, mala cabeza.
ESCENA V
Dichos LEAR y GLÓSTFR
Lear {Negarse a recibirmel Que no se sienten
bien, que están cansados; pretextos, indi- cios de emancipación y rebeldía. Vuelve y traeme mejor respuesta.
Glos. Ya conocéis señor, el irritable carácter del duque, y cuan tenaz fué siempre en sus propósitos.
Lear ¡Mal rayo y mala pestel ¡Qué irritable, ni
qué tenaz! ¡Glóster, Glóster! quiero hablar ai duque de Cornualles y a su mujer.
Glos. Es lo que les he dicho, señor.
Lear El rey quiere hablar al duque ¿entiendes?
el tierno padre quiere hablar a su hija y reclamar su obediencia; ¿se lo has dicho así? ¡Por mi sangre y mi vidal ¡irritable! ¡el duque irritable!... Ve y dile a ese infla- mable duque... pero no, todavía no... aca- so esté realmente indispuesto: la enferme- dad hace descuidar hasta los deberes que en salud perfecta no dejamos de cumplir; cuando la naturaleza oprimida impone ai alma los sufrimientos del cuerpo, no so- mos ya los mismos. Yo me contendré, y me arrepiento de mi fácil impetuosidad en confundir las extrañezas de un enfermo
GrLOS.
Leas
— 42 - con los actos reflexivos de un hombre
SanO... (Reparando en Kent.) ¿Por que está
ese aquí? Ahora comprendo que no es sin objeto el encierro que guardan duque y duquesa. Que se me devuelva mi servidor inmediatamente. Ve a decir al duque y a su mujer que quiero hablarles ahora, in- mediatamente, que vengan en seguida, o sino, iré yo a golpear las puertas de su habitación, hasta que despierten como al toque de muerto. Deseo evitar entre vosotros un conflicto.
(Vase.)
jOh, corazónl jGorazón mío que te suble- vas!... ¡Calma, calmal
ESCENA VI
Los mismos, EL DUQUE DE GORNUALLES y REGAÑÍA seguidos de GLÓSTER y de CRIADOS
Lear Séais entrambos bien hallados.
Cornu. Salud a vuestra Gracia, (los criados sacan a
Kent del cepo.)
Reg. Me regocijo de ver a Vuestra Alteza.
Lear Lo creo, Regania, motivos tengo de creer-
lo así; si no estuvieses contenta de verme, me divorciaría de la tumba de tu madre...
porque no Serías mi hija. (Al ver a Kent en li- bertad.) Al fin te veo libre... ¿Por qué te han castigado? ¿De orden de quién?
Copnu. De orden mía, señor, y hasta más merecía su insolente conducta.
Lear ¡Oh! ¿Habéis sido vos?. . ¿Y tú, hija, no
lo sabías? Seguro que no lo sabrías. (Pausa,
actitud silenciosa de Regania.) Dejemos eso por
ahora, (cambiando de tono.) Mi querida Rega- nia, tu hermana es un monstruo; oh, Re- gañía, me ha clavado aquí, en el corazón, una pena aguda y roedora como un bui-
- 43 -
tre. Apenas puedo yo expresártelo, ni tú puedes persuadirte de tu negra perve- sidad.
Reg. Tranquilizaos, os suplico: más fácil será
que vos os equivoquéis en calificar su con- ducta, que no olvidar ella sus deberes.
Lear ¿Cómo? ¿Qué dices?
Reg. No puedo creer que mi hermana haya fal-
tado en nada a su?* obligaciones. Si ha puesto algún freno tal vez a los excesos de vuestra comitiva es con tan buen fin y con tan justa causa que merece ser ab- suelta de toda censura.
Lear Caiga sobre ella mi maldición.
Reg. Oh, señor, sois ya viejo, os acercáis al
término marcado por la naturaleza; hora es pues de dejaros gobernar y conducir por la discreción de los que conocen vues- tro estado mejor que vos mismo. Ruegoos pues que volváis al lado de mi hermana y que reconozcáis la sinrazón de vuestras quejas.
Lear |Yo pedirle perdónl Que bien le sentaría
al jefe de la familia real ir y decirle: «Hija muy querida, confieso que soy viejo y que la vejez es importuna: os pido de rodillas (Arrodillándose.) que tengáis la bondad de concederme vestido, casa, sustento...» Basta ya, señor; dejaos de momerías; vol- ved a mi hermana.
Jamás; me ha torcido la vista, su lengua de serpiente me ha atravesado el corazón. Cielos, derrama sobre su ingrata frente los tesoros de tus venganzas: contagiosos aires, herid de parálisis sus juveniles miembros.
Gornu. ]Señorl ¿No os avergüenza ese frenesí?
Lear Rayos obcecantes: flechad sus insolentes
ojos; vapores pestíferos que extrae de las lagunas la poderosa absorción solar, ajad su belleza en castigo de su orgullo.
Reg. ¡Justo cielol De esta suerte me maldeciréis,
- 44 -
cuando llegue el turno de irritados con- migo.. Lear No, Regania, jamás vendrá el caso, jamás
te herirá mi maldición. Tu benévolo ca- rácter es incapaz de dureza; las miradas de Gonerila despiden no sé qué ferocidad, las tuyas acarician y no queman. No serás tú, seguramente, la que se obstine en des- prenderme de mis gustos, en suprimir una porción de mi escolta, en abrumarme de irrespetuosas palabras, en reducir mi asig- í nación, y en prohibirme por remate la en-
trada en tu residencia. Harto bien, conocéis los deberes de la naturaleza, la piedad filial, los modales de la cortesía, los sentimientos de la gratitud; no, tú no has olvidado que te he dado la mitad de mi reino.
REG. Al asunto, Señor. (Se oye el sonar de una trom-
peta.)
Cornu. ¿Qué trompeta es esa? Reo. Mi hermana habrá llegado, confirmando
su carta que nos anunciaba como próxima
SU Venida. (Asómase Osvaldo.) ¿Es que llega tu
señora?
Lear He aquí un miserable cuya ramplona vani-
dad estriba toda en el patrocinio de su ama. Lejos de mi presencia, villano.
Cornu. ¿A qué vienen estos arrebatos?
ESCENA VII
Dichos y GONERILA
LeÁr ¿Quién viene aquí? ¡Santo Dios! (\ Gonerila.)
¿Puedes mirar estas canas sin sonrojarte? jY qué! Regania, ¡tú la coges de la mano!
Req. ¿Y por qué no, señor? ¿Qué crimen ha co-
metido. No es ofensa todo lo que a una es- travagante susceptibilad se le antoja, y ca- lifica de tal la chochez.
— 45 -
Lear ¡A tanto llega, pecho mío, tu resistencia,
que no estallas todavía!
Reg. Os lo ruego, padre; puesto que os halláis
decaído, no os empeñéis en desconocerlo. Si queréis volveros y residir con mi her- mana hasta tanto que expire el mes, des- pidiendo la mitad de vuestra escolta, ve- nid después a encontrarme; ahora de pron- to vivo alojada en casa ajena, y me en- cuentro desprovista de lo más indispensa- ble para recibiros.
Lear ¡Volver con ella y pasar por el licencia-
miento de cincuenta de mis hombres! No, antes renuncio a vivir bajo techo, y me aventuro a arrostrar las injurias del aire y a formar sociedad con el lobo y el buho, bajo la dura ley de la necesidad. ¡Volver con ellal ¡Volver con ella! Propónme más bien servir de esclavo y de bestia de carga
a ese detestable lacayo. (Señalando a Osvaldo.)
Gon. A elección vuestra, señor.
Lear (a Gonenia.) Hija mía, te lo ruego, no me
precipites en la locura; yo no te importu- naré, hija... ¡adiós! no hemos de volver a encontrarnos, no hemos de vernos más. Y sin embargo eres mi carne, mi sangre, mi engendro, o más bien eres en mi cuer- po una dolencia que por fuerza tengo que llamar mía, una úlcera, una honda llaga, un abultado carbunclo nacido en mi co- rrompida sangre. Pero yo no te reprende- ré; caiga sobre ti el oprobio cuando quiera; yo no llevaré quejas de tí al supremo juez: enmiéndate cuando puedas, mejórate a tus anchas. Yo puedo aguardar sin impacien- cia, puedo quedarme con Regañía... yo y mis cien caballeros.
Reg. No puede ser de ninguna manera: no es-
toy preparada para recibiros dignamente. Señor, dad oídos a mi hermana. Ella sabe lo que se hace.
Lear ¿Es este el lenguaje que debía esperar de tí?
LEA.R 5
- 46 -
Reg. Y me atrevo a persistir, señor. ¡Qué! cin-
cuenta guardias ¿no son bastantes? ¿para qué necesitáis de más? y aun son dema- siados. ¿Cómo queréis que en una casa vivan en santa amistad tantas gentes bajo dos distintas cabezas? Es casi imposible. Si queréis venir a casa, en lo cual de pronto descubro un peligro, os recomiendo que no sean más de veinticinco los que os acompañen; no daré cabida a mayor núme- ro, os lo advierto.
Lear Os lo he dado todo...
Reg. Ya era tiempo.
Lear Os he constituido custodios, depositarios
míos, no reservando para mi comitiva sino cierto número de caballeros. ¡Conque a tu residencia, Regañía, no pueden seguirme más de veinticinco! ¿Es esto lo que acabas de decir?
Reg. Y lo repito, mi señor; en casa no admito
más.
Lear Criaturas feas al lado de otras más defor-
mes llegan a parecer comparativamente hermosas; y hay cierta clase de mérito en no ser entre los perversos el peor, (a Gone- riía.) Iré contigo. Los cincuenta que me otorgas es el doble de veinticinco; por tanto el afecto que me conservas aún es el doble del suyo.
Gon. Escuchadme, padre mío: ¿Qué necesidad
tenéis de veinticinco, de diez y hasta de cinco servidores, en una casa en que hay puestos a vuestras órdenes doble número de criados?
Reg. ¿Qué necesidad tenéis ni de uno siquiera?
Lear ¡Oh! las necesidades no se someten a es-
tricta razón: los más infelices mendigos en el seno de su indigencia tienen algo de superñuo. No conceder a la naturaleza si- no lo que la naturaleza exige, es rebajar la condición humana al nivel de la de las bestias. Eres una dama de noble alcurnia;
- 47-
si no tienen más objeto que el abrigo los espléndidos trajes, ¿a qué vienen todas esas galas que apenas dan abrigo? Para mí si que es de primera necesidad la pa- ciencia; ¡otorgádmela, gran Dios! Veis aquí un pobre anciano, no menos abrumado de dolores que de años, oprimido por una y otra carga. Si permitís vos que se suble- ven contra el padre los corazones de estas dos hijas, no me enerves hasta el punto de sobrellevarlo mansamente; inflamadme de noble indignación, o no dejéis, al me- nos, que esas gotas de agua, que son ar- mas de la mujer, surquen mis varoniles mejillas. No, desnaturalizadas furias; yo tomaré de ambas venganza tal, que espan- ten al mundo entero; cosas haré, no sé cuales todavía, que estremecerán la tierra. Pensáis verme llorar... no, no lloraré; mo- tivo de verter lágrimas lo tengo sobrado; pero antes que derrame una sola, mi co- razón estallará en mil pedazos. jAy, mi- bufón, yo perderé el juicio. (Vase con Kent y el Bufón, seguidos de Glóster. Oyense truenos leja- nos.)
ESCENA VIII
GONERILA, REGAÑÍA, EL DUQUE DE CORNUALLES, OS- VALDO y servidumbre
Cornu. Entremos, que amenaza tempestad.
Reg. La habitación no es vasta, y sería difícil
albergar en ella al anciano y a la escolta que detrás viene, A él, personalmente, yo le hospedería con gusto, pero a los de su comitiva ni uno sólo.
Gon. La misma resolución he formado... ¿Y el
conde Glóster?
Goenu. Ha salido tras del viejo... Ya vuelve.
- 48 -
ESCENA IX
Los mismos y GLOSTER
Glos.
CORNU.
Glos.
Cornu.
Gon. Glos.
Reg.
Cornu.
El rey está en el colmo de su furor. ¿A donde va?
Ha pedido su caballo, pero ignoro a donde piensa ir.
Lo mejor es abrirle paso, abandonarlo a sí mismo.
Por favor, Duque, no le instéis a quedarse. ¡Ay! la noche cierra y soplan con violencia helados vientos; en muchas millas a la re- donda no hay un arbusto a que arrimarse. A los hombres testarudos deben servir de lección los mismos percances que de su terquedad les resultan. Cerrad las puertas; va seguido de gente desesperada, y como es fácil en prestar oído a los que le enga- ñan, no hay violencia a que no puedan arrastrarle. El recelo es hijo de la pruden- cia.
Cerrad las puertas, Conde, os lo reco- miendo como huésped, como señor os 1q mando.
FIN DEL ACTO SEGUNDO
JtAtAtA+AtA+AÍAtAtAtAtAb
ACTO TERCERO
CUADRO FPÜMSRO
Campo baldío y raso, con alturas a la derecha, debajo de cuyas peñas asoma la entrada de una choza. Es de noche. Furiosa tempestad.
ESCENA PRIMERA
LEAR, apoyado en el BUFÓN y guarneciéndole- con su manto apa- rece en la altura.
Lear ¡Soplad, vientos, soplad hasta que revien-
ten vuestras hinchadas mejillas! ¡Desplegad toda vuestra furial Avenidas y cataratas, ¡subid hasta por encima de las agujas de nuestras torres!
Btjf. Vale más el agua bendita dé la corte al
abrigo de tejado, que esta lluvia al aire libre. Volvámonos, buen tío, y pide perdón a tus hijas; esta es noche que no respeta ni a sabios ni a locos.
Lear ¡Rugid, huracanes! ¡estallad, centellas!
¡desplomaos, torrentes! ninguno sois hijos míos. Yo no os acuso de ingratitud, ¡oh! elementos; yo no os he dado un reino, ni os he llamado engendros míos; ninguna sumisión me debéis. Complaceos, pues, en
- 50 -
abrumarme despiadadamente ; aquí me te- néis pobre, enfermo, despreciado e impo- tente anciano.
Buf. El que tiene una casa donde meter la ca-
beza, no sabe lo que se tiene.
Lear No; quiero ser modelo de paciencia, nada
más diré.
ESCENA II
Dichos y KENT observando por debajo de la altura y reconociendo la choza.
Kent ¿Quién va?
Bur. (Desde arriba.) La majestad con la locura.
Kent ¡Albricias, señor! Al fin encuentro para vos
una guarida. Una noche como esta impone hasta ^a los frecuentadores de las tinieblas. La naturaleza humana es incapaz de resis- tir a convulsiones semejantes. ¡Ah, mi se- ñor!... ¡Con la cabeza desnuda a la intem- perie! Venid; aquí hay una cabana que os prestará asilo contra la tempestad; descan- sad aquí, mientras se amansan los elemen- tos.
Lear Déjame.
Kent Dignaos entrar, mi buen señor. Es harto
cruda la noche para pasarla al aire libre.
Le/>r ¿Quieres destrozarme el corazón?
Kent Prefiriera destrozar el mío.
Lear La tormenta que en mi alma ruge, extin-
gue toda mi sensibilidad para la de fuera. ¡Ingratitud filial! ¿no es cómo si la boca mordiese la mano para castigarla por el alimento que le suministra? Pero yo pon- dré remedio; no quiero llorar, no... ¡En una noche como esta, echarme fuera! Llueva a mares; lo sufriré... ¡Mas en una noche como esta!... ¡Oh, Regañía! ¡oh, Go- nerila! ¡vuestro anciano, benigno padre
- 51 -
cuyo franco corazón os lo ha dado todo!... ¡Oh! esta vereda conduce a la locura: evi- tarla. No se hable más.
Kent Entrad, mi señor, os lo suplico.
Lear Entra tú, sin reparo, busca tu propia co-
modidad. A mí me hace bien la borrasca, me distrae de cosas que me dañan mucho más... Empieza a írseme la cabeza. Ven acá, muchacho (ai bufón) ¿cómo estás, hijo mío? ¿tienes frío? también lo tengo yo... ¿Habrá paja ahí dentro, amigo? (a Kent). ¡Qué cosa es la necesidad, que lo más vil nos lo hace precioso! jPobre loco! ¡Todavía hay en mi corazón una parte que se duele de ti! ¡Entremos todos... indigentes sin asilo! Pasa tu primero, muchacho. (Entra ei
Bufón en la cabana que carece de puerta.) Voy a
rezar y en seguida dormiré .
ESCENA. III
Dichos y EDGARDO BüF. (Volviendo a salir azorado.) ¡Socorro! Hay un
espíritu ahí dentro... No entres, tío: hay
Un espíritu, (Edgardo sale de la choza desgreñado envuelto en un manto burdo.)
Edg. ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?
Kent Compatir por algunas horas tu abrigo, si
lo permites.
Edg. ¡Todavía puedo dar algo! ¡Todavía en este
momento hay otros más pobres que yo!
Lear Será que no tienes hijas; si las tuvieses,
ya te habrían sonsacado tu vivienda.
Edg. Pero tengo padre que me ha echado de la
suya.
Lear ¡Ah! Te ha despedido tu padre, como mis
hijas a mí. Tu mal tiene más fácil reme- dio. Ve y échate a sus plantas, y cualquie- ra sea tu culpa, aunque le hayas armado
— 52 —
asechanzas, aunque hayas tratado de here- darle en vida, volverás a su gracia, yo telo fío. ¡Oh! Si me pidieran perdón las ingra- tas, yo nos le dejara tiempo de doblar la rodilla.
Edg. Negras calumnias le han prevenido, y sin
culpa me veo desheredado.
Lear Mientes; sin grave y probado motivo ja-
más deshereda un padre. ¡Pero ay! (Reflexio- nando tristemente.) Quizá tienes razón... pa dres hay que desheredan y espían dura- mente su arrebato... Con justicia me cas tigáis, pero no debiera ser por mano de ellas, ¡Dios mío!
Kent Desechad, señor, estas ideas: tenéis nece-
sidad absoluta de reposo.
Lear Pobres criaturas, expuestas al presente
donde quiera sea, desnudas e indefensas, al rigor de este desapiadado temporal. ¿Cómo han de resistirlo vuestras desa- brigadas cabezas, vuestros vacíos estó- magos, vuestros agujereados y mal co- sidos harapos? ¡Oh! ¡Qué poco me cuidaba yo de estas cosas! Aprende, grandeza hu mana, aprende, exponte a sufrir lo que los infelices sufren, a fin de acostumbrar- te a verter encima de ellos tu sobrante, y a volver por la justicia del cielo.
Edg. Un lecho de hojas secas es cuanto puedo
ofreceros, señor. El rey en persona sois, si he de creer a mis ojos y a mi oído; pero mi razón, no comprendiendo el por qué y el cómo os halláis aquí y a estas horas, protesta del testimonio de mis sentidos.
Büf. Por de pronto, tío, te conviene el lecho
más que el trono, pues el tiempo es para agacharse más que para trepar.
Kent Dormid, señor; yo vuelvo a la descubierta,
por sí tropiezo con alguno de la dispersa
Comitiva. (Lear, seguido del bufón, deja conducirse al interior de la eabaña por Edgardo, que vuelve a salir al momento.)
- 53 -
ESCENA IV
KENT y EDGARDO
Kent
¡Por piedad! Quien quiera seáis, decidme lo que sucede... ¡El rey fugitivo, abando- nado, sin escolta!
Se le han cerrado las puertas del castillo, que no habrán sido más hospitalarias para sus seguidores. ¿De qué castillo habláis? Del de Glóster vuestro padre. (Asustado.) ¡Ah! Sí me conocéis no me des- cubráis os conjuro.
Más fácil es mancebo que os descubra vuestro lenguaje. Pero vos ¿quién sois? Soy quien sabe vuestra desdicha, y la acu- sación perversa del hermano, y la creduli- dad del que a entrambos ha dado el sor: soy quien os aconseja buscar un refugio más distante y seguro, ínterin se abre paso la luz de la verdad. El amor y la conñanza que a la inocencia acompaña no me han permitido alejarme más de la mansión paterna. Diviso al me- nos sus torres desde ese solitario escon- drijo, y su vista me alimenta más que el rústico sustento que me procura un fiel servidor. ¡Oh! si sois lo que mejor que el traje indican vuestras palabras, ayudadme a desvanecer las imputaciones que sobre mí pesan; tomad mi defensa con seguridad ante mi padre, u obtenerme que la escu- che de mis labios, y no os arrepentiréis de haber empeñado vuestra garantía. ¡Mala ocasión! El trastorno que estáis viendo en la naturaleza nada es, si se com- para con el que amenaza conmover y agí-
— 54 -
tar el reino. Glóster ya no dispone siquiera de su castillo; ocúpalo sólo de huésped el Duque de Cornualles, a quien está ven- dido el bastardo, que después de vuestra perdición maquina la del padre. Va a es- tallar la guerra entre los dos yernos acer- ca de la partición del lote vacante de Cor- delia, apenas cese la nefanda conjuración de las dos hermanas contra el rey dimi- ten te; los leales no se avendrán a usurpa- ción tan inicua, ni a ser disuelta la guar- dia del soberano. Cada cual enarbolará su bandera, y la neutralidad se hará imposi- ble. Urge reunir al rededor de esa sombra de majestad cuantos caballeros se pueda y ponerla a salvo dentro de los muros de Dóver; y urge no menos avisar a Cordelia de lo que pasa, a fin de que atraviesen sus tropas el estrecho para restablecer el or- den y la autoridad legítima. ¿Qué hacéis ahí escondido y temblando a cada instante de ser descubierto? Con harto menor peli- gro y con gloria digna de vuestra edad y rango, llevad vos el mensaje a la princesa; tomad esta bolsa y este anillo que le de- clarará quien os envía.
Edg. No me importa saber quién sois: la comi-
sión es harto honrosa para esquivarla.
Kent Id, y probad con generosos servicios vues- tra inculpabilidad pasada; pero (Prestando
atención hacia la choza.) el rey despierta. (Va
calmando la tempestad.)
ESCENA V
Dicbos, LEAR y EL BUFÓN
LEAR (Que sale arrebatadamente de la cabana.) Que se Ce-
lebre el juicio inmediatamente.
Buf. Esta helada noche a todos nos volverá lo-
cos.
- 55 -
(a Edgardo,) Siéntate tú aquí, respetable ma- gistrado, así, envuélvete en tu toga. Y tú, (ai Bufón.) toma apuntes, discreto secreta- rio. También tú (a Kem.) formas parte del tribunal. Ahora, que comparezcan esas zo- rras.
(Dirigiéndose a una roca bruscamente.) Perdón, Se-
ñora, yo os equivocaba con una peña. Grande es el descoco con que miráis a vuestros jueces.
Que se adelante la primera. Afirmo con juramento ante esa honorable asamblea, que ha echado de casa a su desgraciado padre.
Acercaos. ¿Vuestro nombre es Gonerila? No puede negarlo.
(En vano me esfuerzo en contener las lá- grimas.)
He aquí otra cuya feroz mirada denuncia el temple de su corazón... ¡Detenedlal ¡ar- mas! ¡armas! ¡espada! ¡fuego!... ¡La corrup- ción sentada en el tribunal! Juez inicuo, ¿por qué la has dejado escapar? ¡Oh, lástima! {Y a dónde se ha ido, señor, esa resignación, que tantas veces os lison- jeabais de haber recobrado? Que disequen a Regañía, que examinen lo que tiene en la región "del corazón, a ver si esa dureza puede ser efecto de causas naturales, (a Edgardo.) Quiero, amigo, que te incorpores a mis cien caballeros; lo que no me guata es tu traje. Dirás que es a la usanza danesa; de todas maneras exijo que lo cambies.
ESCENA VI
Dichos y GLÓSTER, con una antorcha
¡Cielos! ¡mi padre! ¿Dónde me ocultaré?
(Arrebújase en su manto.)
- 56 -
Lear ¿Quién es ese hombre? ¿qué quiere de mi?
Glos. ¿Y es esta la corte que a Vuestra Majestad
rodea?
Lear No interrumpas nuestras filosóficas confe- rencias.
Glos. Nuestra carne y sangre, señor, se ha per-
vertido tanto en la generación creciente, que se revuelve contra quien le ha dado el r ér. Mi adhesión no me consiente obe- decer en todo las Crueles órdenes de vues- tras hijas, y a pesar de su mandato de que os cierre mis puertas y de abandonaros a la saña de esta noche, me he aventurado a venir en busca vuestra para conduciros adonde halléis lumbre y mesa. Venid con- migo.
Lear Dejadme estar; me caigo de sueño.
Kent (a Gióster.) Arrancadle de aquí, que su razón se extravía.
LEAR (Tendiéndose a la puerta de la choza.) No hagáis
ruido, no hagáis ruido; tirad las cortinas; bien está. Cenaremos mañana temprano; así, así.
Kent (a Gióster.) ¿Veis este espectáculo, señor? está loco.
Glos. El caso no es para menos. Sus hijas no se contentan sino con su muerte. ¡Ah! bien lo anunció aquel excelente Kent que así sucedería...
Kent ¿Lo recordáis?
Glos. (Y ahora anda desterrado, el infeliz! ¡Ay! también a mí me falta poco para perder la razón. Tenía un hijo a quien desconozco ahora como tal, que atentó a mi vida... (Movimiento en Edgardo.) y sin embargo nin- gún padre quiso a su hijo con más ternu- ra... ;Ay, amigo, el pesarme tiene tras- tornado el seso. (Edgardo va a descubrirse y Kent le retiene sin que Gióster se aperciba.)
Kent (contemplando a Lear.) El exceso del dolor y de la fatiga le tiene aletargado. Acaso sea un bálsamo para su quebrantado espíritu
- 57 -
esta tregua de reposo; si se le interrumpe, corre peligro de no curar. Glos. Y corre peligro de muerte si cae en manos de su despiadado yerno. No hay momento que perder. Ahí bajo tengo prevenida una litera, y reunidos treinta o cuarenta caba- lleros rezagados que andaban errantes por esas cercanías. Alejaos, antes que amanez- ca, en dirección a Dóver: de mis vasallos nada tenéis que recelar. Ahora transpor- tadle en hombros hasta el pie de la cuesta; a vuestra solicitud le confío. Yo vuelvo en seguida al castillo, por no dispertar más sospechas.
CXJJLDKLO II
Galería en el castillo de Glóster
ESCENA I
Efc DUQUE DE CORNUALLES y EDMUNDO
Cornu. ¿Tu padre ha salido?
Edm. Solo y escondidamente.
Goenu. ¿A qué hora?
Edm. Antes de media noche.
Cornu. ¿Con qué objeto?
Edm. Lo ignoro, señor.
Cornu. ¿Es que tu también favoreces sus tramas?
Edm. No pongáis, príncipe, mi lealtad, en lucha
con mi filial afecto.
Ccrnu. Escoge entre compartir su castigo o here- dar su estado.
Edm. Temo que de su mal entendida lástima
brote el primer chispazo de encarnizada guerra civil.
— 58 -
CoRNU.
Edm.
CoRNU .
Edm.
GORNU.
Edm.
Cornu.
Edm.
Cornu.
Edm.
¡Va, pues, tan adelante! Yo no digo que no procurara al desaten- tado viejo algún abrigo bien que inmere- cido contra la tempestad; ¡pero, dar a la dispersa escolta un punto de cita, reorga- nizarla!... ¿A tanto se atreve?
¡Hacerle acompañar hasta Dóver; y allí, al amparo de los muros, procurarle fuerzas para revocar su abdicación y reasumir el imbécil ejercicio de la autoridadl... ¡Rayos del cielo!
Tanto le valiera a mi imprudente padre haber introducido a la revoltosa guardia en el castillo y entregarle vuestra augusta persona y la de la princesa. Voy a armar mi gente, a preparar la de- fensa, a mandarla en persecución del re- belde. Ayúdame, Edmundo, y ya no habrá aquí más conde sino tú. ¡Qué posición tan triste es la mía, que hasta el bien obrar haya de costarme re- mordimientos! ¡Cielos! ¡que no exista trai- ción, o que no haya de ser yo quien la descubra!
Eres hijo al fin, y te dispenso de servir a mi venganza de instrumento y aun de tes- tigo. Acompañarás hasta su residencia a mi cuñada, cuya pronta partida recomien- dan las circunstancias, y llevarás a su es- poso un importantísimo mensaje. Por más que se iré subleve la sangre con • tra el deber, os prometo fidelidad a todo trance.
Gornu.
ESCENA II
Dichos, GONER1LA y REGAÑÍA
(a Goaeriía.» A buscaros iba, hermana. Va a amanecer, ha serenado el tiempo, y sabe
- 59 -
Dios qué extremas resoluciones inspirarán a vuestro padre los que le pierden, y cuáles serán menester de nuestra parte para en- frenar su osadía. Urge concertarnos contra el común enemigo, suspendiendo inopor- tunas contiendas. Actividad y energía se necesitan ya para conservar lo que tan gratuitamente se nos vino a las manos. Edmundo os conducirá; él sólo vale por una escolta.
Reo. No sé si es prudente en estos momentos
privarnos de su auxilio.
Cornu. Volverá en seguida, (a Edmundo.) Al de Al- bania infórmale de lo que ocurre y prevén de lo que amenaza.
Gom. ¡Adiós, querido duque! Adiós, hermana!"
Reg. ¡Dios te guíel
Cornu. ¡Adiós, señora! Mantengamos entre nos- otros rápidos e inteligentes correos. Ed- mundo, te saludo por conde desde ahora.
(Edmundo se inclina y sale con Gonerila.)
ESCENA III
EL DUQUE DE CORNU ALLES, REGAÑÍA y después OSVALDO
Cornu. ¿Sabéis que nuestro huésped benemérito nos ha salido traidor?
Reg. Nunca me mereció entera confianza. ¿Dón-
de está? *
Cornu. Anda por ahí fuera, tomando la causa de vuestro padre.
Reg. ¡Va a encerrarnos dentro de estos muros!
Cornu. No; ya no arranca de mi poder este castillo. Nada puede su servidumbre contra nues- tros hombres de armas que tienen ocupa- das las puertas y las torres. (AI verle entrar.)
¿Qué noticias traes, Osvaldo? Osv. Malas. Un escuadrón de cincuenta ginetes
marcha hacia la ciudad vecina rodeando al viejo Lear.
- 60 —
Gornu. ¿Va con ellos Glóster?
Osv. No; pero muchos de sus vasallos se les
agregan por su orden.
Reg. Que le ahorquen una vez cogido.
Gornu. A mayor pena le reservo, y por esto he alejado a Edmundo. (Gritando.) ¡A salir en busca de Glóster! ¡veinte coronas al que le prenda! ¡pena de muerte al que le oculte!
(Movimiento de criados y de hombres de armas hacia el fondo.)
ESCENA III
Dichos, GLÓSTER, ANGO, criados de Glóster y comitiva del Duque.
GLOS. (Atravesando serenamente la multitud que le abre paso.)
¿Qué tumulto es ese? ¿qué ha sucedido?
Cornu. (a su comitiva.) Prendedle.
Glos. ¡A mí! ¡Prender al que de voluntad se en- trega!
Reg. Atadle al ingrato, al pérfido.
Glos. ¿Qué pretenden Vuestras Altezas? ¿De qué se me acusa?
Cornu. Sujetadle a un sillón; apretad fuerte. (Há-
cese así.)
Glos. Considerad que sois huéspedes míos, que estáis en mi casa, que no es ese el trata- miento debido a mis servicios ni a mi rango.
Reg. El que se debe a un traidor infame.
Glos. Mientes, mujer inhumana, yo no soy traidor.
Reg. (Tirándole de la barba.) ¡Una barba tan blanca
y un corazón tan negro!
Glos. ¡Acción villana, indignado bandidos! ¡A un hombre atado, en su propio hogar, ponerle en el rostro las impuras manos! Esos pelos que de mi barba arrancas, implacable fu- ria, cobrarán vida para acusarte.
Cobntj. Habla, responde a tu soberano. ¿Qué inte-
61 -
Reg. Glos.
Reg.
Glos. Cornu. Glos. Reg
Cornu. Glos.
Reg. Glos.
Cornu.
Glos.
Ango
Reg. Cornu.
Reg.
Ango
ligencias mantienes con los enemigos de nuestra autoridad? ¿Qué intrigas urdes para levantar en el país sediciones y rebeldías? Di la verdad, que sobrado ya la conocemos. Por mi honor que no tengo noticias de otros enemigos que los que vuestra cruel con- ducta os ha creído, ni de otras asechanzas que las que armáis para acabar con vues- tro despojado padre.
¿En qué manos acabas de poner al pobre rey demente? En manos leales. ¿A dónde le has enviado? A la ciudad de Dover. ¿Y por qué a Dóver? ¿No se te había encar- gado bajo tu responsabilidad? ¿Por qué a Dóver? Déjale que conteste. Amarrado a la picota estoy, y se me suel- ta la furiosa sarta de perros. ¿Por qué a Dóver?
Porque no he podido resistir la vista de tus crueles uñas clavadas en los ojos del triste anciano, ni hundidas las garras de de tu feroz hermana en la carne del ungi- do del Señor. Pero yo he de ver la ven- ganza lanzarse desde arriba alas des- plegadas sobre esa nefanda prole.
(Arremetiendo a Glóster.) No, no lo Verás; antes
saltarán de su órbita tus ojos.
¡Edmundo! [hijo mío! JSOCOrro! (Forcejeando a pesar de sus ligaduras.)
¡Alto, duque, alto! Vuestra vida me res- ponde de la de mí dueño. (Sacando la espada.)
(interponiéndose.) ¡Te atreves, traidor!
(Dejando a Glóster para defenderse de Argo.) ¡Vil esclavo! (Combate instantáneo; cae herido el duque.)
Me ha traspasado el corazón.
(Cogiendo la espada de un soldado, e hiriendo a
Ango por la espalda.) ¡Que no tenga ese mons- truo más de una vida! Muero contento por vos, amo mío, y por
LKAR 6
— 62 — la venganza que habéis alcanzado a ver.
(Cae desplomado.)
Reg. No será por mucho tiempo.
Cobnu. Regañía, mi sangre corre en abundancia... ¡Oh! ¡bien fuera de razón viene esta heri- da! Dadme el brazo.
REG. Voy, espOSO mío. (Deteniéndose, mientras se retira
el duque en brazos de dos soldados y señalando con
ei pie el cadáver de Ango.) Ese cadáver al mu- ladar. A ese traidor conde pasadle un hie- rro candente por los ojos, que no vea más.
Glos. ¿Dónde está mi Edmundo, que no socorre
a su padre? ,
Reg. ¡Oh! ¿a quién invocas? Edmundo ha reve-
lado tus perfidias, y es harto leal para compadecerte.
Glos. ¡Oh insensato de mí! ¡Fué todo calumnia
contra Edgardo!... Perdonadme, santos cielos, y protegedle.
FIN DEL ACTO TERCERO
MA+AtAtA+AtA+A+A<AiAb
ACTO CUARTO
CUADRO FELIM^RO
Cercanías de Dóver, cuyas murallas y puerto se descubren a la de- recha. Praderas y bosques a la izquierda. Una pequeña emi- nencia cortada a pico, en segundo término i la derecha.
ESCENA PRIMERA.
GLÓSTER, un anciano SERVIDOR que le lleva de la mano.
Glos. Retírate, amigo. Dices que estamos ya a vista de la ciudad; por caridad o recom- pensa algún transeúnte me prestará su apoyo, sin necesidad de comprometerte en mi servicio.
Serv. ¡Oh, mi buen señor! Yo que durante treinta años he sido colono vuestro, y otros tan- tos lo fui de vuestro noble padre!
Glos. Escaso consuelo puedes darme en propor-
ción de las fatales resultas a que te expo- nes. ¿No sabes lo cara que cuesta hoy la lealtad? Vuélvete desde luego con tu hu- milde montura, antes que sea notada allá tu ausencia.
Serv. ¡Ah, señor! ¿Y cómo sin verlo podréis se- guir vuestro camino?
Glos. Ninguno determinado sigo, de consiguien-
- 64 -
te no necesito ver. Cabalmente fué cuando tenía ojos que tropecé. ¡Ah! jHijomío, que- rido Edgardo, en quien se cebó la cólera de tu engañado padre! ¡Si pudiera verte al menos con los ojos del tacto!! Entonces, sí, que creyera haber recobrado la vista. Serv. No os abandonaré hasta poneros en lugar seguro... Pero ¿qué veo? {Providencia di- vina! (Soltando la mano de Glóster y dirigiéndose a Edgardo que entre un grupo de caballeros aparece por la derecha.)
Glos. ¿Qué? ¡Qué estás viendo? ¿A dónde vas?
(Palpando con la mano y con el bastón.)
ESCENA II
Dichos y EDGARDO
Edg. (con sorpresa.) ¡Es mi padre conducido como
un mendigo! Serv. (corriendo a Edgardo.) iSocorro, mi joven amo! Edg. Silencio, no me descubras. ¿Cómo así?
¿Quién le ha puesto de esta suerte? Serv. Le han sacado los ojos, le han echado del
castillo. ¿Veis qué espectáculo? Glos. (Gritando.) ¡Eh! |Tú! ¿A donde te has ido!
¿Nadie me escucha? Serv. Voy, señor. (Acudiendo a él.) Aquí me tenéis. Glos. ¿Con quién hablabas?
EDG. (Acercándose y disimulando la voz.) Con quien Se
ofrece a guiaros y serviros con más vigor y no con menos fidelidad que ese buen an- ciano.
Glos. (ai servidor.) ¿Conoces a este hombre?
Serv. Perfectamente, señor; robusto y práctico co- mo es, suplirá mis veces con inmensa ven- taja. Solamente en manos tales pudiera yo consentir en dejaros. El Señor por mediode éste os alumbre y os sostenga. (Bésale la ma
no con una rodilla en el suelo, y se retira.)
Glos. Y me permita recompensarte un día, buen
vasallo.
— 65 — ESCENA III
GLÓSTER y EDGARDO
Edg. ¿A qué punto queréis que os guíe?
Glos. ¿Sabes los caminos y las calles de Dóver?
Edg. Todas, grandes y pequeñas, las conozco a
ojos cerrados.
Glos. ¿Y el puerto también? A la extremidad del
puerto se eleva un peñasco que avanza so- bre el mar su pavorosa cabeza: basta que me conduzcas a su borde, y allí te recom- pensaré con un rico presente que encima llevo.
Edg. ¿Y después?
Glos. Después, no tendré ya necesidad de guía.
Edg. ¡Presérveos el cielo del espíritu maligno!
¿Nada tenéis antes que hacer ni qué bus- car?
Glos. ¿A qué se refieren tus preguntas?
Edg. ¿No os queda nadie con quien desearais
encontraron mejor que con la muerte?
Glos. Indagas de sobra. Tu brazo reclamo y no
tu consejo. Si no has de obedecerme, dé- jame de una vez.
Edg. (¡Dadme acierto, oh, Dios, para seguir fin-
giendo, o valor para descubrirme!) (vanse
por la izquierda.)
ESCENA IV
KENT, un CABALLERO al servicio de Cordelia
Cab. Sois Kent, el noble Kent: lo reconozco al
través del rústico disfraz que os encubre.
Kent No os lo negaré, pero me conviene todavía conservarlo algunas horas... hasta depo- nerlo a los pies de la insigne princesa que acaba de arribar a estas costas.
— 66 —
Gab. ¿Todavía no os habéis presentado a Cor-
delia desde su llegada?
Kent No debía hacerlo sin poner en sus manos
el sagrado depósito de la real persona que tengo confiado, y de que precisamente en estos momentos por desgracia no puedo dar exacta cuenta. Es ta mañana, ya lo sa- béis, ha burlado el anciano rey la vigilan- cia de los que le guardaban, y andará me- tido por estos bosques, entregado a la vida errante que hoy forma sus delicias. For- tuna que son inocentes los caprichos de su locura, y que no asoma entre ellos el fu- nesto propósito de atentar a sus días.
Gab. ¿Y no ha manifestado emoción al saber el
arribo de su cariñosa hija, ni impaciencia por recibirla en sus brazos?
Kent Cabalmente en sus ratos de mayor lucidez
es cuando siente más repugnancia a verla, dominado por una vergüenza invencible. Recuerda la dureza con que le retiró su bendición y la abandonó a las vicisitudes del destino en país extranjero, transfirien- do los derechos de ella a lae* otras desna- turalizadas hijas; y en el corazón lleva cla- vada cual ponzoñoso dardo esta punzante idea. Ha faltado tiempo, por otra parte, para preparar tan delicada entrevista.
Gab. No quiso mi señora diferir una noche si-
quiera su partida. Recibido el mensaje de Edgardo con vuestra carta, pretendía como reina subyugar el dolor que se le rebelaba y encerrar en sus párpados las lágrimas que resbalaban una a una por sus mejillas. Una o dos veces se le escapó con fuerte suspiro el nombre de «padre», y como si se le hubiese aliviado de un peso el cora-, zón, «¡mis hermanas! prorrumpió, |mis her- manas, oprobio de nuestro sexo!... ¿está desterrada del mundo la piedad?» y el llanto se escapó a raudales de sus ojos, y corrió a encerrarse sola con su pena.
- 67 -
Kent No se comprende que tan diferentes en-
gendros procedan de un mismo tálamo.
Cab. En vano trató ei rey su esposo de rete-
nerla hasta aprestar cuatro buques con tropas suficientes para restablecer la le- gítima autoridad de Lear: no tomando consejo sino de su corazón, la animosa hija embarcóse, sin más ejército que una reducida escolta, en la misma nave porta- dora del aviso, y no parece sino que los vientos propicies han secundado su so- lícita premura.
Kent No apruebo esta precipitación aventurada: la ciudad, aunque leal, no se encuentra bastante guarnecida para resistir a un sitio, ni menos hay de pronto fuerzas que oponer en campo abierto a las milicias combinadas de ambos duques. Dícese que el de Cornualles ha despojado a Glóster del castillo y de la libertad, y corren por otra parte siniestros rumores de que ha sido asesinado. Extraño no haber visto a Edgardo desde su regreso; por estas in- mediaciones se me ha dicho que andaba.
Cab. La escuadra francesa no puede tardaren
acudir, velas desplegadas, a nuestro so- corro.
Kent ¡Dios lo quiera! Lo que urge ahora es se-
pararnos en busca del augusto demeote, y una vez hallado, restituirle a su morada.
(Parten en distintas direcciones.)
ESCENA V
GLÓSTER sostenido por EDGARDO, saliendo del bosque
Glos. ¿Tardaremos en llegar a la cima del pe-
ñasco? Edg. Trepándola vamos; observad lo fatigoso de
la Cuesta. (Andando lentamente.)
Glos. Pues a mí- me parece llano el camino.
- 68 -
Edg. Horriblemente escarpado. ¿Oís mugir las
olas?
Glos. No, verdaderamente.
Edg. Será que el dolor que sufrís en los ojos
embota vuestros demás sentidos.
Glos. Tal vez; pero no me aprietes tanto el brazo. Percibo sobre mi mano una caliente gota.
Edg. Recuerdos de mi difunto padre. ¿No tenéis
hijos?
Glos. Los tuve; contra el uno me volví yo, contra mí se ha vuelto el otro. No me hables de esto.
Edg. Un paso más, señor... (Parándose.) Al fin
hemos llegado. No os meneéis un punto. iComo espanta y estremece sumir la vista en el fondo de ese -abismo!
Glos. Colócame en el sitio donde estás.
Edg. Estáis a un pie del mismo borde.
Glos. Suelta mi mano. Toma, amigo; dentro de este bolsillo hay una joya que bien merece ser aceptada por un pobre; hágala el cielo prosperar en poder tuyo. Ahora retírate y despídete de mí; quiero oir alejarse tus pasos.
Edg. (Fingiendo irse.) Adiós, pues, mi buen señor.
Glos. Adiós con toda mi alma.
Edg. (Juego así con su desesperación a fin
de curarle de ella.)
Glos. Voy a salir de este mundo, omnipotente Dios, y en vuestra presencia me descargo tranquilamente del paso de mi aflicción; si pudiese sobrellevarlo por más tiempo, sin ponerme en guerra con vuestra irresistible voluntad, dejaría consumirse por sí sólo el débil pábilo de mi aborrecida existencia. ¡Oh! si vive Edgardo, bendecidle... Ahora, adiós, amigo.
EDG. Ya me VOy, Señor; adíéS. (Glóster hace ademán
de precipitarse. Edgardo lo retiene.)
Glos. Apartaos y dejadme morir.
Edg. No cargaré este peso sobre mi conciencia.
Glos. ¿Quién eres tú?
- 69 —
Edg. Un infeliz, amansado por los golpes de la
fortuna, a quien sus propios sufrimientos han enseñado compasión hacia los que sufren.
Glos. |Oh! En el mundo abundan las desdichas; tal vez por esto mismo es menos rara la piedad.
Edg. Calma, señor... Pero ¿quién viene allí?
ningún hombre de sano juicio se ha arre- glado jamás en esta forma.
ESCENA VI
Dichos y LEAR por la pradera, ceñida caprichosamente la cabeza de flores silvestres
Lear
Edg. Lear
Edg. Lear Glos. Lear
Glos. Lear
No, no hay derecho de condenarme por haber acuñado moneda: soy el rey en persona.
¡Oh, vista desgarradora! En este punto la naturaleza está por cima del arte. Ahí tienes el importe de tu en- ganche. Ese camarada maneja el arco como un espantacuervos las albardas. ¡Oh! buena puntería, muchacho: ¡en el blanco, en el mismo blanco justamente! ¿A ver la consigna? Dulce mejorana. Pasa.
Conozco esta voz. »
¡Ah! ¡Gonerila! ¡con una barba blanca! Ellos me lisonjeaban como un perrito, decíanme que yo lo era todo; es mentira, ni siquiera soy a prueba de calentura. El timbre de esta voz no se me olvida: ¿no es este el rey?
Sí, rey de pies a cabeza. Ved como tiem- blan los subditos cuando frunzo las cejas. Suéltese la rienda al libertinaje, pues el
- 70 -
hijo bastardo de Glóster no ha sido peor para con su padre que con el suyo mis hijas habidas en legitimo lecho. Mira allí aquella risueña dama, al través de cuyos dedos se vislumbra un semblante de nieve, que afecta virtud, y sólo con oir el nombre de placer sacude la cabeza: ni el gato montes ni el garañón encierra más desen- frenados apetitos. Mujeres desde la cintura arriba, centauros de medio cuerpo abajo, su porción superior es patrimonio de la liviandad, la inferior del diablo: todo es en ella infierno, tinieblas, ardor, hediondez, consunción, sulfurosa caverna. jUfl ¡uf! da- me una onza de algalia, buen boticario, para desinfectar mi fantasía; toma el di- nero.
Glos. ¡Oh! permitidme besar esa mano.
'Lear Deja que antes la enjuegue; huele a mor-
taldad.
Glos ¿No me conocéis?
Lear Recuerdo bastante bien tus ojos. ¿Por qué
me miras de través? Esfuérzate cuanto quieras, ciego Cupido; estoy resuelto a no amar. Lee este cartel, observa cómo está escrito.
Glos. Aun cuando fuese un sol cada letra, no
podría ver ni una.
Edg. Quisiera poderlo tomar por error si me lo
contaran, pero demasiada verdad es, y mi corazón estalla de presenciarlo.
Lear Lee.
Glos. ¿Cómo? ¡Sin ojosl
Lear ¡Oh! ¡oh! he aquí la situación en que res-
pecto de mí te encuentras, ¡sin ojos en la cabeza y sin moneda en el bolsillo! para los ojos muy grave, para el bolsillo muy ligera. Y sin embargo, ves como anda el mundo.
Glos. t Sin verlo, lo siento.
Lear ¿Estás loco? para ver como anda el mundo
no hacen falta los ojos; mira con las orejas.
— 71 —
Allí tienes un juez que reprende a un la- drón: escucha al oidQ... que cambien de puesto, como hacen por juego los mu- chachos, y no sabrás averiguar quién es el ladrón, y quién es el juez. ¿Has visto al- guna vez a un perro de granja ladrar a un mendigo?
Glos. Si, señor.
Lear ¿Y al pobre diablo huir del maldito perro?
Ahí tienes la imponente imagen de la auto- ridad; el perro obedecido en el ejercicio del poder. Deten tu despiadada mano, bri- bón de alguacil, ¿por qué das de azotes a esa miserable? desnuda tus propias espal- das, que tú ardes en deseos de cometer con ella el pecado por el cual la fustigas. El usurero ahorca al trampista. A través de los andrajos asoman los vicios peque- ños; las magníficas ropas y las vueltas de armiño ocultan las grandes. Guarnézcase de oro la culpa, y en ella se quebrantará impotente la formidable lanza de la justicia; vístase de harapos, y para atravesarla de parte a parte bastará una paja en las ma- nos de un pigmeo. No hay pecador alguno, ni uno siquiera, os digo: a todos los ab- suelvo. Acéptalo, amigo; recíbelo de mi mano, que yo tengo el poder de sellar los labios del acusador. Ponte ojos de vidrio, y como astuto político, aparenta ver lo que no ves.
Edg. ¡Oh mezcla de verdades y despropósitos!
¡qué de sensatez en su locura!
Lear Si quieres llorar mis infortunios, toma
prestados mis ojos. Te conozco bastante bien; tu nombre es Glóster. Ten paciencia; venimos al mundo llorando. Sabes que apenas olfateamos el aire, prorrumpimos en vagidos y clamores. Voy a predicarte, atiende .
Glos. ¡Ay! ¡ay!
Lear Desde que nacemos lloramos, como lamen-
- 72 -
tándonos de entrar en esa vasta mansión de locos... ¡Sería un excelente ardid de guerra herrar de fieltro un escuadrón de caballos! He de probarlo, y cuando haya cogido de sorpresa a esos yernos, entonces degüella, degüella, degüella que te de- güella.
ESCENA VII
Dichos y el CABALLERO al servicio de Cordelia, con escolta
Gab. (a los soldados.) Vedle ahí; proteged su per-
sona. (Adelantándose hacia Lear.) Señor, Vuestra
amada hija...
Le-ar ¡Nadie me socorre! ¡Yo prisionero! ¿He de
ser por naturaleza juguete de la fortuna? Tratadme bien; yo pagaré mi rescate. Que venga un cirujano: estoy herido en el ce- rebro.
Ca.b. Todo lo tendréis.
Lear ¡No me ayudan! ¡Me dejan solo!
Gab. Mi buen señor...
Lear Quiero morir alegremente, como un recién
desposado; de todas maneras no he de perder la jovialidad. ¡Ea! ¡eal Yo soy rey: ¿no lo sabéis, señores míos?
Gab. Sois un gran rey, y como a tal os obe-
decemos.
Lear Pero este rey tiene vigor en las piernas.
Para cogerle es menester seguirle a la ca- rrera. ¡Slls! ¡SUS! (Aléjase seguido por los soldados.)
Gab. En el más infeliz de los hombres sería de-
plorable semejante espectáculo; en un so- berano lo es más allá de toda ponderación, ¡Oh, Lear! Al menos tienes una hija que borra el oprobio que han impuesto las otras dos sobre la humana naturaleza. No apla- cemos por más tiempo la tierna y saludable
entrevista. (Vase por la derecha.)
- 73 - ESCENA. VIII
GLÓSTER y EDGARDO
Glos. El rey se ha vuelto loco; tenaz tiene que
ser mi pobre razón para haber así resistido a tales pruebas y conservar en plena viva- cidad el sentimiento de mis inmensos dolo- res. Mas me valiera que un trastorno mental distrajese mis pensamientos de la consideración de tan graves desdichas, y que mis dolores aletargados por delirantes fantasías perdiesen la conciencia de sí mismos.
Edg. Venga el brazo, venerado señor; aun no
desconfío de hallar consuelo a vuestros males.
Glos. El cielo te bendiga quien quiera seas. ¿A dónde me conduces?
Edg. A la ciudad donde se reúnen los ñeles sub-
ditos del monarca.
Glos. En adelante, Dios soberano, disponed úni- camente vos de mi vida. No vuelva el ma- ligno espíritu a sugerirme la tentación de anticipar mi muerte a vuestro beneplácito.
Edg. ¡Santa oración, buen anciano!
CUADRO TI
Habitación real en Dóver
ESCENA IX
LEAR, tendido sobre una cama, GORDELIA, KENT, el DOCTOR, CABALLEROS y CRIADOS
Cord. |Oh mi incomparable KentI ¿qué he de ha- cer y cuánto he de vivir para corresponder
— 74 —
dignamente a tus bondades? Mi vida entera será demasiado corta para el desquite, y toda recompensa se quedará atrás de tus servicios.
Kent El reconocimiento, señora, sobrepuja cual-
quier paga.
Cord. Vístete mejor: ese traje recuerda harto ca- lamitosos días.
Kent Dispensadme, princesa: impórtame perma-
necer desconocido para facilitar el logro de mis intentos; la gracia que os pido es que no reparéis en mí hasta el momento que yo lo juzgue oportuno.
Cord. Hágase así como deseas, noble barón, (ai doctor.) ¿Cómo se encuentra el rey?
Doct. Todavía duerme, señora.
Cord. ¡Oh, Dios piadoso! ¡cerrad la enorme brecha abierta en su trastornada mente! ¡Resta- bleced la armonía en el extraviado y dis- cordante seso de un pobre padre degene- rado en niño!
Doct. ¿Permitirá Vuestra Majestad que desperte- mos al rey? Ha dormido mucho tiempo.
Cord. Dirigios por los conocimientos de vuestro arte, que yo me adhiero en todo a lo que os parezca. ¿Está vestido?
Gab. Si, señora; hemos aprovechado su profundo
sueño para cambiarle la ropa.
Doct. Estad junto a él, señora, en el momento de N despertarle. No dudo hallarle tranquilo.
Coro. Muy bien.
Doct. Tened la bondad de acercaros. (Percíbese
adentro una suave música.) Suenen Un pOCO más
alto los instrumentos.
CORD. (Inclinándose sobre su padre y abrazándolo). ¡Oh,
. padre mío amado! Sirva el contacto de mis labios de medicina para restaurar tu inte- ligencia, y repare este beso las horribles heridas abiertas en tu augusta persona por mis dos hermanas.
Kent ¡Querida y adorable princesa!...
Cord. Aun cuando no hubieras sido padre suyo,
- 75 -
debían moverlas a compasión estas canas. ¿Era para ser expuesto este semblante a la furiosa lucha de los vientos, o para hacer frente a los violentos choques y cruzados fuegos del rayo? ¡En noche como aquélla, el perro de mi contrario, aunque me hu- biese mordido, hubiera encontrado sitio en un rincón de mi hogar; y tú, pobre pa- dre mío, te viste obligado a compartir con cerdos y mendigos el lecho de paja de una inmunda choza! |Ay! lo que me asombra es que al propio tiempo que la razón no hayas perdido la vida. Ya despierta; (Ai doc- tor.) babladlo.
Doct. Mejor es que le habléis vos, señora.
Cord. (a Lear). ¿Cómo está mi augusto soberano? ¿Cómo se encuentra Vuestra Majestad?
Lear (Dispertando). Me hacéis daño en arrancarme
del sepulcro, (a cordeiia.) Tú eres un alma bienaventurada; yo estoy atado a una rue- da de fuego; mis lágrimas queman como plomo derretido.
Cord. ¿Me reconocéis, señor?
Lear Tú eres un alma, lo sé; ¿cuándo has muerto?
Cgrd. ¡Todavía, todavía va divagando!
Doct. Aun no ha acabado de disparatar : dejadle
un rato concentrarse en sí mismo.
LEAR (Paseando al rededor suyo atónitas miradas.) ¿Dónde
he estadoT ¿Dónde estoy? ¡Qué hermosa es la claridad del dial Estoy subyugado por una ilusión inexplicable : no pudiera, sin morir de lástima, ver a otro hombre en semejante estado. No sé qué decir; me guardaré de jurar que sean estas mis manos. A ver : siento la picadura de ese alfiler. Quisiera adquirir la certidumbre de
mi condición presente. (Cordelia se echa a sus pies.)
Cord. ¡Oh! Miradme, señor; extended sobre mí vuestras manos . para bendecirme. No,
(impidiendo a su padre que se arrodille) no SOÍS
vos, señor, quien debe arrodillarse.
- 76 -
Lear No os burléis de mí, por amor del cielo :
soy un simple y caduco viejo que pasa de los ochenta, y temo no hallarme en mi cabal juicio. Paréceme conoceros a vos y a este hombre también (señalando a Kent.) aunque no estoy seguro; ignoro en qué lugar me encuentro, y por mucho que me esfuerce, no recuerdo haber usado jamás estos vestidos, ni aun sé donde he pasado la noche última. Vais a reiros de mí, pero tan cierto como soy hombre, que me figuro reconocer en esta joven a mi hija Gordelia.
Gord. Y lo soy, lo soy.
Lear ¿Es qué mojan tus lágrimas? Sí, en verdad
No llores, te suplico. Si tienes para mí un veneno, lo beberé. Ya sé que no me amas, por que tus hermanas, en cuanto puedo recordar, me han agraviado: tú tendrás algún motivo de aborrecerme, ellas no lo tienen.
Gord. Ninguno tampoco yo, ninguno.
Lear ¿Estoy en Francia?
Kent. Dentro de vuestro propio reino, señor.
Lear No me engañéis. ¿Eres tú, Kent?
Kent. El mismo, vuestro fiel Kent. ¿Y el criado que tomasteis hace dos semanas, qué se ha hecho?
Lear Es un excelente muchacho, a fe mía; es
listo y da de firme. Hace días que no le
. veo : habrá muerto o se habrá marchado.
Kent. No, rey mío; ese servidor soy yo.
Lear Voy a asegurarme de ello en seguida.
Kent. Soy yo, que desde el principio de tamaños infortunios, he seguido vuestros dolorosos pasos.
Lear Sé muy bien venido. Reclamo la indul-
gencia de todos; soy anciano y débil de cabeza. Olvida y perdona, hija mía.
Doct. (a cordeüa.) Recobrad, señora, la esperanza :
está curado, ya lo veis, de sus frenéticos transportes; pero aun hay peligro de reno- var a su memoria las recientes huellas de
— 77 —
)o pasado. Instadle a retirarse dentro; no conviene importunarle más, hasta que el descanso haya fortalecido su espíritu. ¿Gusta venir conmigo Vuestra Majestad? Sí, a donde quieras. 1 e he recobrado al fin, Gordelia mía : el que pretenda sepa- rarnos ha de robar del cielo un tizón para ahuyentarnos a cada uno por su lado... Enjuga tus ojos; que a los qne tratan de hacernos llorar, primero hemos de verlos devorados, carne y piel, por soez contagio, o consumidos por el hambre. Bastante, señora, bastante; no menos que antes el dolor, importa ahora tener a raya
la ternura. (Entra en la estancia interior con Lear y Cordelia.)
ESCENA X
KENT, CABALLEROS y EDGARDO
¿Por dónde andabais, Edgardo? Se me ha- cía tarde el veros, no para pediros cuenta de vuestro mensaje, sino para congratular- me con vos del feliz resultado.
¡Kentl ¡Kentl (Echándose en brazos de éste.) He
perdido a mi padre en el momento de re- cobrarlo: yo, yo he sido la causa de su muerte...
¡Calmaos por piedad! Que no penetren ahí dentro vuestros sollozos: no vuelva a obs- curecerse con nuevos dolores y lutos en su tenue crespúsculo el renaciente jui- cio del soberano. ¿Cuándo y cómo ha muerto vuestro noble padre? Ahora mismo, a las puertas de Dóver. ¿Y decían que se hallaba preso en su cas- tillo? Reducido a la ceguera, le soltaron. En-
lear 7
— 78 —
contréle en el camino, conducido por un leal colono, con sus órbitas ensangrenta- das semejantes a dos anillos que hubiesen perdido sus piedras preciosas; constituíme su guía, sostuve sus vacilantes pasos, sál- vele de la desesperación, sin revelarle ja- más quien era yo, y esta es mi enorme falta; hasta que, no sabiendo resistir por más tiempo al ímpetu del amor filial, me he descubierto, he implorado su bendi- ción, le he referido desde el principio has- ta el fin mis penosas correrías. ¡Pero, ay! su corazón ya quebrado, harto débil para soportar el conflicto entre los dos extre- mos del dolor y de la alegría, ha acabado por estallar, y ha expirado sonriendo en mis brazos.
Kent Reconocida por él vuestra inocencia, y res-
tituido a vos su cariño, ¿qué mayor con- suelo podía llevarse y dejaros?
Edg. ¡Insensato de mí! ¿Y no había yo de pre-
venir que el gozo podía ahogarle?
Kent ¿Es cierto que el duque de Cornuales ha
pagado con la vida su barbarie? Castigo no menor aguarda al desnaturalizado hijo ligado con los verdugos de su padre. Edmundo avanza al frente de las huestes de Regañía, reclamando la entrega del desposeído rey: ¿quién como vos, Edgardo, para reunir en defensa de éste la dispersa, pero brava escolta, ínterin llegan de Fran- cia las tropas auxiliares?
Edg. Perdono al traidor bastardo de mis agra-
vios; de los irrogados a mi padre he de exigirle rigurosa cuenta.
Kent ¡El Omnipotente dirija vuestro brazo, cam-
peón leal, vengador justiciero!
FIN DEL ACTO CUARTO
HAMAtMAMMMAtMMs
ACTO QTJTKTO
Campamento de tropas inglesas en frente de Dóver; en primer tér- mino espaciosa tienda
ESCENA PRIMERA
EL DUQUE DE ALBANIA y UNO DE SUS CABALLEROS
Alb. ¿Por orden de quién se han puesto en
marcha y avanzado hasta aquí mis gentes?
Gab. Por orden de vuestra real consorte.
Alb. ¿No cuentan ya con mi autoridad?
Cab. Deben suponer, sin indagarlo, que la ha-1
béis transmitido a la princesa.
Alb. ¿Manda también sus respectivas huestes
Regañía?
Cab En su nombre las acaudilla el joven Ed-
mundo, el nuevo conde.
Alb. [El hijo de Glóster! ¿Y sabe ya el feroz
atentado cometido con su padre?
Cab. Como qtie él le delató y salió del castillo
para dejar libre curso al enojo del duque de Cornualles.
Alb. ¿Y dónde se hallaba el malvado cuando al
infeliz le sacaron los ojos?
Cab. Acompañando en su regreso a vuestra es-
posa.
Alb. ¡Justicia eterna! Terribles venganzas pre-
siento si han de ser proporcionadas a ta- maños crímenes. ¿Qué se ha hecho del infortunado ciego?
- 80 -
Cab. Debe de estar a estas horas con los refu-
giados en Dóver.
Alb. Yo recompensaré, pobre Glóster, tu adhe-
sión al anciano rey, y castigaré la barbarie
de tUS Verdugos. (El Caballero se retira.)
ESCENA II
EL DUQUE DE ALBANIA y GONERILA
Gon. ¡Al fin venís decidido a desenvainar la pe-
rezosa espada, y a guiar las filas leales contra ese baluarte de traidores!
Alb. ¿Y a qué llamas traición y a qué llamas
lealtad, mujer perversa? Barajas extraña- mente las ideas, y designas las cosas por sus más opuestos nombres.
Gon. ¿Y es mi marido el que conmigo emplea
ese afrentoso lenguaje, y defiende así mi causa y la suya propia?
Alb. Tu marido, sí, que recela de ti recibir el
mismo tratamiento que tu padre. La que desconoce el origen de su existencia, no puede largo tiempo encerrarse en su deber.
Gon. Basta de necias pláticas.
Alb. Vileza se les antoja a las almas viles la sa-
biduría y la virtud. ¿Qué habéis hecho, hienas? pues no he de llamaros hijas, ¿qué habéis hecho de vuestro padre? No habéis de hacerme cómplice vuestro, como a mi cuñado, a quien precipitasteis en la más negra ingratitud contra, su bienhechor y suegro y en la perdición que le sobrevino.
Gon. Hombre pusilánime, que presentas al bo
fetón tu mejilla y al agravio tu cabeza, ;no escuchas el estrepito de tus tambores? La Francia despliega sus banderas en nues- tros tranquilos campos, y el invasor homi-
- 81 -
cida avanza con aire amenazador agitando las plumas de fu yelmo; mientras tú, timo- rato imbécil, te cruzas de brazos, murmu- rando entre dientes: «¿A qué viene esta conducta?»
Alb. |Si pudieras ver tu semblante! Más horri-
ble es la deformidad de una mujer que la de un aborto del infierno.
Gon. ¡Insensato!
Alb. Si a merced de la indignación abandonase
mis manos, rasgaran tus carnes y quebran- tarían tus huesos. Sin embargo, aunque diabólica, sírvate de escudo tu sexo.
Gon. Gracias a Dios que cobras aliento, aunque
sea contra mí.
ESCENA III
Dichos y EDMUNDO
Edm. ¿Qué tardamos, señor? Adelántense nues-
tras filas, en combinación con las que a mis órdenes militan, a cercar los viejos muros de Dóver; y prisionero queda ese puñado de caballeros rebeldes que levanta bandera por el caduco rey. El mar encres- pado rechaza de nuestras costas los bajeles enemigos: antes de que asomen al hori- zonte, cerremos la retirada por el puerto a los que acertaron a desembarcar, y sin distinción de rango ni sexo, que paguen su osadía.
Alb. Siempre he sentido la necesidad de poner
mi valor acorde con mi conciencia. Si em- puño las armas, es porque la Francia in- vade el territorio patrio, no porque el rey se presente a reivindicar sus derechos con el apoyo de aquellos a quienes hemos dado harto graves y justos motivos de declararse contra nosotros.
— 82 -
Edm. (irónicamente). Noble y oportuno lenguaje em-
pleáis.
Gon. ¡Buena ocasión de suscitar rencillas y que-
rellas de familia, cuando se trata de diri- girse contra el común enemigo!
Alb. {Y a quién llamáis enemigo común? ¿a
vuestro padre? Pues yo proclamo que el que atente a una cana de su augusta ca- beza, me dará cuenta de su conducta como traidor vasallo. jGuerra al extranjero ar- mado! Pero Gordelia no será extranjera, mientras no se le quite toda razón de salir a la defensa de su padre.
Edm. Pensáis así: el duque de Cornualles hu-
biera podido pensar otra cosa.
Alb. Y en el pensamiento como en la acción
nadie sino yo le reemplaza, y temerario será quien contraponga sus facultades a las mías, (vase.)
ESCENA IV
GONERILA y EDMUNDO
Gon. Está visto' es su apocada timidez de es-
píritu que nada le permite emprender; se desentiende de las injurias por no tener que vengarlas. Volved a vuestras tiendas, Edmundo: poned en orden a toda prisa la hueste de mi hermana, y guiadla al com- bate.
Edm. Mi brazo y mi vida os pertenecen.
Gon. Usurpa mi lecho un imbécil. ¿Quién sabe,
bravo paladín, si podrán realizarse un día los deseos que en cierta ocasión nos con- fiamos recíprocamente? Si os aventuráis a seguir el llamamiento de la fortuna, quizá no tardéis en recibir órdenes de un amante.
Recibid este Obsequio (poniéndole un collar),
inclinad la cabeza, excusad palabras; este beso, si se atreviese a hablar, comunicaría
-83-
a vuestra alma soberano aliento. Compren-
dedme, y adiós. Edm. ¡Siempre vuestro, hasta en las ñlas de la
muertel Gon. ¡Mi amado conde!... ¡Oh, qué diferencia
de hombre a hombre! ¡Qué mujer no ha
de entregarte su corazón! (vase.)
ESCENA V
EDMUNDO
Edm. A las dos hermanas he jura lo amor eterno;
ambas, mutuamente celosas, andan picadas como de culebra. ¿Cuál he de tomar? ¿las dos? ¿una de ellas? ¿ninguna? Ni a una ni a otra puedo poseer, mientras entrambas perma- nezcan vivas. Aceptando a la viuda, exaspe- ro, vuelvo locaa su hermana Gonerila; y por este otro lado, trabajo ha de costarme el adelantar, entretanto que aliente su mari- do. Por de pronto hagámosle concurrir al resultado del combate ; después, la que de él desembarazarse quiera, use de los me- dios más expeditos para su intento. Res- pecto a los clementes antojos del duque para con Lear y Cordelia, ganada una vez la batalla, y caídas en nuestro poder sus personas, yo cuidaré, desconcertándolos, de que no quepa lugar a merced; pues lo que mi situación exige es obrar en defensa propia en vez de discutir.
ESCENA VI
Dicho y REGAÑÍA
Reg. ¿En qué pensáis, Edmundo? ¿Qué significa
esa larga detención? Hace más de una hora
- 84 -
que faltáis y mis tropas aguardan vuestras órdenes.
Edm. Para ponerlas en movimiento ha sido antes
menester cerciorarme de los propósitos del duque.
Reg, Mi querido adalid, bien conocéis mis be-"
nevólas intenciones respecto de vos; de- cidme, pero francamente, sin ocultarme nada de la verdad, ¿amáis a mi hermana?
Edm. Con respetuoso afecto.
Reg. Pero ¿no os ha sucedido aspirar al puesto
ya ocupado en que tropezáis con su con- sorte?
Edm. Estáis en un error.
Reg. Temo que os halléis unido e identificado
con ella tanto, que podamos llamaros suyo.
Edm. No, a fe mía, señora.
Reg. No se lo consentiré jamás. Amado conde,
mostraos menos familiar con ella.
Edm. No receléis de mí, descansad en mi corazón
como en mi brazo. (Se aleja.)
- ESCENA Vil
BEGANIA y luego OSVALDO
Reg. No es sincero. Puede ser que no la ame...
¿y cómo habría de amarla? pero carece de
vigor para substraerse a la tenaz insistencia
, de una pasión adúltera. Fuerza seiá que se
decida. (Viendo a Osvaldo que se asoma cautelosa- mente a la entrada.) ¿Qué buscas?
Osv. Pensaba hallar aquí al conde Edmundo.
Reg. No importa; dame el billete; yo se lo en-
tregaré.
Osv. (Atónito.) ¿Qué billete, señora!
Reg. Si lo sé; si hemos convenido con mi her-
mana que yo he de entregárselo al conde.
Osv. Ignoro a qué os referís. Permitid...
REG. (Cortándole la salida y con voz de trueno.) De TO"
- 85 -
dulas, miserable. Suelta acá ese papel, o te hago desnudar a mi presencia y dar muerte en seguida.
OSV. (Entregando el billete.) ¡Por piedad, señoral
vais a comprometer mi existencia... Reg. De todas maneras la tienes en peligroso
trance. Huye y escóndete, que es el único
medio de Salvarla. (Osvaldo sale corriendo.)
ESCENA VIII
REGAÑÍA
Reo. Me lo daba el corazón; tengo en la mano la
prueba y temo apuraría. Acabemos. (Rom- piendo el sello y leyendo con ansia.) «Va a darse
la batalla; mil ocasiones hallarás para des- hacerte de él; tiempo y lagar propicios se te presentarán, si la voluntad no te flaquea. Rev*uerda nuestros recíprocos votos: nada hay hecho si vuelve victorioso; quedo en- tonces prisionera suya, con su lecho por cárcel. Líbrame de su detestable calor, y toma en recompensa el puesto vacante. Tu esposa (quisiera yo poder decir), por ahora nada más tu afectísima sierva.» No, no ha de conseguirlo; piérdase antes la batalla. No dejaré arrancarme por un nefando crimen los derechos que la viudez me ha fran- queado... ¡Oh, Providencial ¡Ahí llega la víctima! Me la envías para descubrirle la asechanza que se le tiende.
ESCENAÍX
REGAÑÍA y EL DUQUE DE ALBANIA
Alb. ¿Qué me indica ese azoramiento?
Reg. No es por mí, duque.
Alb. ¿De qué so trata?
- 86 -
Reo. De vuestra vida amenazada por quien más
debería defenderla. Leed. (Le da la cana.)
AlB. (Después de leerla rápidamente.) ¡A. tal extremo
de perversidad ha llegado!... Mas no com- prendo que vos su hermana seáis cabal- mente quien la denuncie.
Reg. Porque soy su hermana me intereso en
ahorrarle ui: crimen. Os suplico que no lo castiguéis, ya que de proyecto no pasa, sino alejándole y quitándole la ocasión de cometerlo.
Alb. En su infame cómplice recaerá la justa
pena.
Reg. No, duque, no; Edmundo no consiente en
la negra trama. Es solicitado, es perse- guido, pero jamás suscribirá a una perfi- dia. ¿Por qué habría de manchar adúltera- mente un tálamo ocupado, cuando puede ofrecerle otro nada inferior sin riesgo y sin delito una legítima esposa?
Alb. ¡Habláis con un calor!...
Reg. Duque, vigilad a G-onerila: yo os respondo
de Edmundo. Estoy tan interesada como vos mismo en precaveros de todo daño.
(Vase.)
ESCENA X
EL DUQUE DE ALBANIA, luego el CABALLERO de la i.a escena
Alb. Urge prevenir el combate y restablecer a
Lear en el trono; pero antes hay que ase- gurarse de Edmundo. (Al Caballero que se
acerca.) Que venga en seguida el conde. Cab. Acaba de coger prisionero al anciano rey
con la princesa su hija. Alb. ¿Cómo? ¿Dónde?
Cab. En el momento de embarcarse prófugos
para Francia, perdida ya toda esperanza de
auxilio.
- 87 — •
Ai.b. ¿Dónde paran?
Gab. Custodiados en la vecina torre.
ALB. Gorro allá. (Retrocede al llegar la comitiva.) Es-
CUCha. (Al Caballero, que recibidas órdenes secretas, se retira.)
ESCENA XI
EL DUQUE, GONERILA, REGAÑÍA, EDMUNDO, escolta de soldados
Edm. . (Bajo al oficial.) No soltar viva la presa: que el mandato de ponerles en libertad se tra- duzca en fallo de muerte. (Marchase el oficial.)
La guerra ha terminado, señor, (ai duque,) antes de haber empezado; ya no tenemos adversarios, sino cautivos.
Alb. Con un golpe de mano os habéis adelan-
tado a la suerte de las armas. Más que por la victoria os felicito por la paz que ha de ser su resultado; y para cimentarla recla- mo la entrega de vuestros presos, cuyos destinos van a decidirse según lo que prescriben la justicia y la propia conve- niencia.
Edm. Señor, he creído del caso tener encerrado
y bajo buena guardia al viejo y desdichado rey, cuya ancianidad y cuyo título sobre todo le dan bastante influencia para atraer- le los corazones de la muchedumbre, y i>ara volver contra nosotros mismos las lanzas que a nuestras órdenes militan: lo mismo por idénticas razones he dispuesto tocante a la princesa. Mañana o cualquier otro día están a mano para comparecer donde quiera os plazca abrir vuestro tri- bunal; lo que en este momento impoita es enjugar el sudor, restañar la sangre, dejar que calme la excitación que arranca mal- diciones contra la guerra más legítima a a los que sufren sus rigores. Cuestiones
como la de Cordelia y de su padre requie- ren ocasión más oportuna para ventilarlas.
Alb. Permitidme deciros, conde, que el entre-
^ meteros en este negocio no es propio de
un subdito, como lo sois a mis ojos, sino de quien fuese igual mío.
Reg. Esto depende del grado de favor que me
plazca concederle; paréceme que antes de propasaros a tal lenguaje, se hubiera po- dido consultar mi beneplácito. Yo le he revestido de mis facultades, le he confiado mi dignidad y mi persona, le he puesto inmediato a mí: bien puede levantar la frente y titularse igual vuestro.
Gon. Menos pasión, hermana; más que a vues-
tras mercedes debe la elevación a sus pro- pios merecimientos.
Reg. Con mis derechos y con mi investidura a
ninguno de los mejores ceda el paso.
Gon. ¿Qué más diríais si fuera vuestro marido?
Reg. A veces los burlones resultan profetas.
Gon. ¿De veras?
Reg. No me encuentro bien, señora; sin esto os
contestaría todo lo que adentro rebosa. General, (a Edmundo.) tomad mis soldados, mis prisioneros, mi patrimonio; disponed de ellos y de mí: todo es vuestro. Tomo por testigo al mundo que os declaro desde ahora señor y dueño mío.
Gon. ¿Pretendéis poseerlo exclusivamente?
Alb. (a Gonenia.) El consentirlo no depende de
vuestra buena voluntad.
Edm. Ni de la vuestra, duque.
Alb. Si que depende, bastardo.
Reg. Hablen los tambores, y tú (a Edmundo.)
muestra que son tuyos mis títulos.
Alb. Quietos todavía, dad oído a la razón por
un momento. Yo te arresto, Edmundo, por delito de alta traición, y en tu arresto incluyo a esta dorada serpiente (señalando a Gonerüa.) Tocante a vuestra pretensión, gen- til hermana, la rechazo en nombre de mi
- 89 -
mujer que está ligada a la sordina con este caballero, y yo su marido pongo in- terdicto a vuestras proclamas; si queréis casaros, hacedme el amor a mí, que él está comprometido con mi esposa.
Gon. ¿Qué farsa es esa?
Alb. Armado estás, Edmundo; yo te reto a sin-
gular combate. Suena la corneta y si nadie se presenta a denunciarte reo de abomina- bles perfidias, ahí va mi prenda (Tira ai suelo la manopla.) quiero no probar el pan antes de haber demostrado, metiéndote la punta en el corazón, que eres tal como acabo de proclamarte.
Reg. Me siento mala. ¡Oh! Muy mala.
Gon. (Si así no fuese, perdería toda fe en los
venenos).
Edm. He aquí en cambio mi guante. (Lanzándolo
en tierra.) Cualquiera haya en el mundo que me califique de traidor, miente como un villano. Hagan el llamamiento las trom- petas: contra el que a acercase se atreva, mantendré firmemente mi lealtad y mi honra.
Alb. (Gritando.) Un heraldo. ¡Ehl
Edm. ¡Un heraldo! ¡Venga un heraldo!
Alb. Nada esperes, sino solamente de tu valor,
porque tus soldados, reclutados en mi nombre, en mi nombre acaban de ser licenciados.
Reg. Se me aumenta el malestar.
Alb. Está sufriendo; conducidla a su tienda, (se
la llevan.)
ESCENA XII
Dichos, menos Regañía, UN HERALDO
Alb. Acércate, heraldo; suena la trompeta y tú
lee estO, en alta VOZ. (Óyese el sonido de los instrumentos.)
— .90 -
Her. (Leyendo un cartel.) «Si hombre hay de gra-
duación o de linaje en las filas del ejército, dispuesto a sostener que el titulado conde Edrr undo es mil veces y por mil maneras traidor, preséntese al tercer toque de trompeta, que el interesado está pronto a dar razón de sí.»
EDM. Sonad. (Dase la primera señal.)
HER. Otra Vez. (Toca la segunda.) Otra vez. (Toca la
tercera: óyese el sonido de otra trompeta que contesta
desde dentro.)
ESCENA XIII
Los mismos y EDGARDO que entra armado con la visera calada y y precedido por un trompeta.
Alb. (ai heraldo.) Pregúntale su designio y el
objeto con que acude al llamamiento de la trompeta.
Her. ¿Quién eres? ¿Tu nombre? ¿Tu calidad?
¿Porqué respondes al presente reto?
Edg. Sábete que el nombre lo he perdido, roído
hasta los huesos por el diente de la traición, mordido por el cáncer de la ca- lumnia; soy, no obstante, tan noble como el adversario, con quien vengo a batirme.
Alb. ¿Quién es este adversario?
Edg. ¿Quién es el que sale a la defensa del con-
de Edmundo?
Edm. El mismo: ¿qué tienes que decirle?
Edg. Desnuda tu espada, a fin de que si mi
lenguaje ofende un noble corazón, tu brazo le haga justicia: aquí está la mía. (La saca.) Mira; es el privilegio que me confieren mis honores, mi juramento, mi profesión. Protesto, a pesar de tu fuerza, de tu ju ventud, de tu posición y de tu eminente rango, a despecho de tu vencedora espada y de tu novel fortuna, de tu valor y de tus
— 91 —
bríos, que eres un traidor, falso con Dios, con tu hermano y con tu padre, conspira- dor contra este excelso e ilustre príncipe, y desde el vértice de la cabeza hasta la polvorosa planta de tus pies traidor más inmundo que un sapo. Di que no, y esta espada, este brazo, el más vigoroso alien- to de que soy capaz, van a probarte sobre ese corazón al cual me dirijo, que mien- tes. Edm. En rigor, debiera preguntarte el nombre;
pero tan gallardo y belicoso continente muestras y tan distinguido origen revela tu habla, que todas las fórmulas y nimie- dades, con que pudiera yo demorar la contienda según reglas de caballería, las desdeño y las repudio. Esas traiciones que me imputas yo las rechazo sobre tu frente, y te devuelvo con doble vigor tu execra- ble desmentida; mas como las palabras son armas que centellean y no hieren, este acero va abrirles un sangriento ca- mino hasta tu corazón, para que en él queden para siempre clavadas. Haced la
Señal, trompetas. (Dada la señal, trábase la pelea entre los dos hermanos, y a los pocos momentos cae Edmundo.)
álb. Salvadle, salvadle.
Gon. (Desolada.) Es una emboscada, Edmundo. La
ley de las armas no te obligaba a reñir con un desconocido; no eres vencido, no, sino víctima de alevoso engaño.
Alb. Sellad los labios, señora, o con este papel
los cerraré yo. Mira; (a Edmundo.) a ti va dirigido. Lee aquí tus maldades, (a Gonenia.) oh la más indigna de las criaturas. No hay que romperlo, señora; ya veo que lo reco- nocéis. (Dáselo a Edmundo.)
Gon. ¿Y bien, dado que así sea... las leyes es-
tán a mi disposición y no a la tuya; ¿quién osará querellarse contra mí?
- 92 —
Alb. ¡Hay mayor monstruosidad! ¿Reconoces la
carta?
Gk>N. LO que Sabes no me lO preguntes. (Sale arre-
batadamente.)
Alb. (a un oficial.) Seguidla, sigiladla; su deses-
peración es violenta.
ESCENA XIV
EL DUQUE DE ALBANIA, EDMUNDO, EDGARDO y ESCOLTA
EDM. (Apretándose la herida, tendido y apoyado sobre el
codo, a Edgardo.) ¿Quién eres tú que acabas de interponerte en mi triunfal carrera, dando en tierra con mis grandiosas espe • ranzas? Si eres noble, te perdono.
Edg. No quiero que me ganes en generosidad.
Mi sangre no es menos ilustre que la tuya, Edmundo, y si es más limpia, mayores son los agravios que me has hecho. Edgardo me llamo, y soy el hijo del conde de Glóster. La justicia de Dios saca de nues- tras mismas flaquezas el instrumento con que las castiga : esa unión ilícita, a la cual debes la existencia, ha costado los ojos y abreviado los días a nuestro padre.
Edm. Yo no tengo la culpa de mi nacimiento,
antes bien, puedo imputarle las mías en gran parte.
Alb (a Edgardo.) Tu porte bastaba para revelar-
me tu nobleza; deja que te abrace. Róm- pase mi corazón, si es que ha abrigado jamás la manor hostilidad contra tu padre o contra ti.
Edg. Lo sé, digno príncipe.
Alb. Auxiliad a este desgraciado sin demora:
(Señalando a Edmundo.) SU vida me responde
de las de Lear y de Cordelia. ¿Qué has hecho del padre y de la hija? ¿Dónde están?
- 93 -
Edm. Sobre sus cabezas pende la cuchilla; or-
den hay de descargarla a la menor tenta- tiva que se haga para librarlos.
Alb. ¡Miserable!
Edg. (a Edmundo.) ¿Quién ha recibido esta orden?
Para revocarla, de rodillas te lo suplico, envía una contraseña que pueda ser reco- ■, nocida.
Edm. Toma mi espada y entrégala al oficial que
guarda la torre. Yo quisiera vivir... Haga- mos el bien, siquiera una vez, a despecho de mi naturaleza.
Alb. Corred, Edgardo, corred.
Edm. No haya pérdida de momento. Gordelia
debía ser ahogada en la prisión, y atri- buirse su muerte a un desesperado sui- cidio.
EDG. ¡Protéjala el Cielo! (Sale corriendo.)
ESCENA XV
EL DUQUE DE ALBANIA, EDMUNDO y EL CABALLERO de antes
CAB. (Llegando sin aliento). ¡Socorro! ¡SoCOTro!
Alb. ¿Socorro a quién? ¿Qué significa ese puñal
ensangrentado? Cab. ¡Todavía humea! Sale del corazón de...
Alb. ¿De quién? Habla.
Cab. De vuestra esposa, señor, de vuestra
esposa. Alb. ¡Cie'os!
Cab. Ha envenenado a su hermana, ella misma
lo ha confesado, y se ha dado luego la
muerte. Alb. Ejemplos de la justicia divina, propios
para excitar en el corazón un saludable
terror, pero no lástima. Edm. Se han extinguido al fin sus recíprocos
celos; el que los causaba va a extinguirse
LEAR 8
- 94 -
también. Conducidme por pocas horas a mi lecho de muerte. A Jas dos hermanas, tenía empeñado mi cariño; que nos reúna a los tres una misma tumba. (Liévanseio dos
soldados.)
ESCENA XVI
El DUQUE, luego LEAR con el cadáver de Cordelia en brazos, seguido de EDGARDO, de KENT y de un OFICIAL.
ÁLB. (Impaciente a la entrada de la tienda.) ¡Quiera DÍOS
llegue Edgardo a tiempo para salvar al desventurado rey y a su amante hija! ¡Gracias al cielo! Vuelvo a escuchar aún la poderosa voz de Lear... Pero ¿qué veo? ¿Qué pesada carga trae en brazos? [Oh, espectáculo desgarrador! Lear (Entrando.) Ahullad, ahullad, ahullad... ¡Oh!
Sois de piedra: si tuviera yo vuestras vo- ces y vuestros ojos, yo haría de manera que se hundiese la bóveda del firmamento. ¡Ah! Perdido para siempre. (Depone el cad4-
ver y lo examina.)
Kent (Arrodillándose.) ¡Oh, mi buen amol
Lear Apártate, hazme favor. '
Edg. Es el noble Kent, vuestro más fiel amigo.
Lear ¡Maldición sobre todos, asesinos, traidores
todos! Yo hubiera podido salvarla, y aho- ra... ¡perdida para siempre!... Cordelia, Cordelia. Su voz era siempre dulce, sono- ra y modesta, cual sienta bien en una mu- jer... He muerto al miserable que te aho- gaba.
Cab. Le ha muerto realmente.
Lear ¿No es verdad, amigo? Días he visto bri-
llar en que, sólo con blandir mi segador alfanje, las hubiera hecho correr como el viento; ahora soy viejo, y todos estos tra- bajos me enflaquecen.
- 95 -
Alb. Si jamás pudo la fortuna jactarse de sumir
a un hombre en más hondo abismo desde mayor altura, a nuestra presencia lo te- nemos.
Kent Desolación, luto, muerte, es cuanto en de- rredor se nos presenta. Vuestras hijas ma- yores, señor, se han hecho justicia a sí mismas, han muerto desesperadamente.
Lear Sí, lo creo.
Alb. Ni siquiera sabe lo que dice; es inútil ha-
blarle y presentarnos a sus miradas. No obstante, dispensemos a esta augusta rui- na cuantos consuelos estén en nuestra mano. Por mi parte renuncio en favor del anciano monarca mi absoluto poder para que de él disfrute por el resto de su vida. Vosotros (a Kent y Edgardo,) reintegrados en los derechos y acrecidos en honores, me ayudaréis a soportpr la carga y a cicatrizar
las heridas del reino. (Al ver a Lear que se ral corpora lanzándose sobre el cadáver.) ¡Mirad! ¡Mi- rad!
Lear ¡La han ahogado a mi pobre niña! No, no,
no hay vida ya. ¡Y qué! La tienen un ca- ballo, un perro, un reptil, y tú ya no res- piras. ¡Oh! No has de volver jamás, jamás, jamás, jamás, jamás. Aflojadme ese cin- to... Gracias. ¿Veis esto? ¡Miradla, mirad sus labios, mirad, mirad aquí. (Pega sus la- bios a los de Gordelia y expira.)
FIN DEL DRAMA
BIBLIOTECA
TEATRO MUNDIAL
Dirección: San Pablo, 21-BARCELON A
^r — -
OBRAS PUBLICADAS
La Princesa del Dollar
La Ola gigante
El señor Conde de Lu-
xemburgo Captura de Raffles o el
triunfo de Sherlock
Holmes El Sol de la Humanidad Zaza
Mujeres Vienésas Hamlet
Giordano Bruno El Nido Ajeno. El Rey Prisionero de Estado o
La Corte de Luis XIV Los Miserables
La ladrona de niños
Los dioses de la mentira
Cristo contra Mahoma
Juventud de Príncipe
Juan José
La sociedad ideal.
La cizaña
Entre ruinas
La vida es sueño
Sabotage
Pasa la ronda
Magda
El Papá del Regimiento
El Alcalde de Zalamea
Los dos pilletes
D. Juan de Serrallonga
El Rey Lear
Seguirá la obra
ESPECTROS
ORIGINAL DE
lEIsriR/IQjUE IBSBN
precio: ©(?)§ pesetas